Paz en el fondo del mar
La Patagonia argentina es el escenario que atraviesa toda la historia de “El faro de las orcas”. Porque sólo desde ese lugar, desde ese paisaje y desde ese espacio tan bello como salvaje, se puede entender la angustia y la desolación de los tres protagonistas. Beto (Furriel) es un guardafauna hosco, de pocas palabras, que sólo sonríe cuando tiene delante suyo a Shaka, una orca con quien lo une un vínculo entre afectivo y místico. Beto es un estudioso obsesivo de la vida de las orcas, y está convencido que esa especie marina puede estimular la comunicación humana. Incluso difundió públicamente ese mensaje, que no es visto con tanta alegría por las autoridades patagónicas. Osvaldo Santoro es quien representa al antagonista, y es quien amenazará a este guardafauna con trasladarlo a otro destino si sigue promoviendo ese “peligroso” acercamiento humano al mundo animal. En este contexto aparece Lola (siempre impecable Maribel Verdú), quien llegará desde España a este paisaje perdido en el mundo junto con su hijo Tristán, que es autista. Ella comprobó que su hijo movió las manos, como signo de alegría, cuando vio en televisión cómo Beto se comunicaba con las orcas. El vínculo entre los tres no tardará en llegar a buen puerto, quizá lo más cuestionable por lo previsible. Sin embargo, la historia toma otra dimensión cuando sobre el final se atestigua que se trata de un caso real, lo que le quita esa mochila de endulzar el relato con que se le puede caer al realizador. Olivares tiene experiencia como documentalista y aprovechó ese pulso en beneficio de la imagen, en la que combinó realidad con tecnología. La película habla de la búsqueda de la felicidad y los motivos íntimos por los que se recurre a la naturaleza como metáfora de la paz.