Zona de desastre
Chisso es una compañía petroquímica japonesa que posee una de sus principales plantas productoras en la ciudad costera de Minamata, Prefectura de Kunamoto, eje de uno de los casos más masivos y tristemente célebres de envenenamiento por mercurio debido a que entre 1932 y 1968 la empresa vertió en aguas locales un enorme volumen de desechos industriales con metilmercurio, subproducto de la utilización del sulfato de mercurio como catalizador en la generación de acetaldehído. Esta sustancia muy tóxica se bioacumuló y biomagnificó en la Bahía de Minamata y en el Mar de Yatsushiro, yendo a parar a mariscos y peces que a posteriori fueron consumidos por los pescadores de la comarca, amén de la polución general del entramado acuífero del que se sirven humanos, gatos, perros, cerdos y aves. Recién en 1956 salió a la luz el envenenamiento, cuando ya era tan grave que recibió una denominación específica, “enfermedad de Minamata”, con síntomas varios como la pérdida permanente del control muscular, el deterioro de la memoria, la ceguera progresiva, el entumecimiento de manos y pies, la sordera, la desaparición del habla, los temblores y diversas malformaciones en los fetos de las mujeres embarazadas, la mayoría derivando en jóvenes postrados de por vida. Como siempre en el capitalismo y su ciclo de impunidad plutocrática, Chisso se aglutinó al amparo del gobierno local cómplice, comenzó a pagar compensaciones económicas irrisorias a las víctimas, afirmó instalar en la fábrica en 1959 un sistema de purificación de aguas residuales que no eliminaba el metilmercurio y siguió contaminando la bahía otra década más hasta que finalmente en 1969 discontinuó la producción con sulfato de mercurio como catalizador fundamental, cuando ya se contaban de a miles los postrados y enfermos neurológicos, panorama que condujo al reconocimiento institucional vía un proceso que se extendió entre 1969 y 1973 y que abarcó una lucha entre los afectados, muchos de los cuales pescadores humildes y sus familias, y la todopoderosa compañía, la cual para colmo contrató a yakuzas para amenazar, golpear y silenciar a los pacientes crónicos y sus correligionarios, derivando en un resarcimiento monetario en 1973 que fue incumplido tanto por el Estado Japonés como por la empresa a lo largo de los años.
Minamata (2020), epopeya dirigida por Andrew Levitas, es un retrato no sólo de la etapa más agitada de este prolongado proceso sino de la participación que en él tuvo el famoso fotógrafo norteamericano W. Eugene Smith, en pantalla en la piel de Johnny Depp, un reportero al que se le suele acreditar el mérito de haber desarrollado los engranajes formales definitivos del ensayo fotográfico en tanto cobertura autocontenida que deja de lado casi por completo las palabras. Son especialmente recordadas las imágenes tomadas por Smith en el Frente del Pacífico de la Segunda Guerra Mundial, donde fue herido por fuego de mortero durante la Batalla de Okinawa, en el jardín de su casa de Tuckahoe, en el Estado de Nueva York, donde retrató a sus dos hijos pequeños caminando de espaldas, en el pueblo de Kremmling, en el Estado de Colorado, lugar en el que siguió a un médico de provincia en sus arduas tareas cotidianas, el Doctor Ernest Ceriani, en los valles de Gales del Sur, donde estudió con sus fotografías la existencia de los mineros, en el pueblo de Deleitosa, perteneciente a la Comunidad Autónoma de Extremadura, sede de una serie de retratos de la pobreza rural española que le ganaron la persecución de la Guardia Civil de la dictadura franquista y con el tiempo lo obligaron a huir subrepticiamente hacia Francia, en las zonas más menesterosas de Carolina del Sur, donde construyó un perfil visual de la abnegada enfermera y partera Maude E. Callen, en el África Ecuatorial Francesa o actual Gabón, en esencia retratando a Albert Schweitzer en sus tribulaciones como médico misionero, en la metrópoli de Pittsburgh, núcleo de un voluminoso retrato que llegó a contabilizar 13.000 fotografías a lo largo de dos años, y en la siempre frenética Manhattan, ahora consagrado a captar con su lente -y también con una buena cantidad de micrófonos- la escena jazzera neoyorquina de fines de los 50 y principios de los 60. El tramo final del devenir profesional de Smith, de hecho, se concentra en su estadía en Minamata entre 1971 y 1973 junto con su esposa, la nipona Aileen Mioko, cubriendo las protestas de las víctimas del envenenamiento industrial ante las autoridades de Chisso y sus secuaces a nivel de los infaltables lameculos populares que se ponían la remera de -y defendían a- la principal empleadora de la región.
Está claro que el además productor Depp se toma a su Smith como una especie de versión avejentada, modesta y mucho más tranquila de aquellos maravillosos álter egos de Hunter S. Thompson que supo componer con motivo de Miedo y Asco en Las Vegas (Fear and Loathing in Las Vegas, 1998), de Terry Gilliam, y de la bastante inferior aunque aún digna Diario de un Seductor (The Rum Diary, 2011), de Bruce Robinson, en esta oportunidad ponderando la idiosincrasia autodestructiva y volátil de un Eugene alcohólico, “drogadicto tradicional” esporádico y muy inconformista en lo que respecta a su actitud de siempre defender la integridad artística de su trabajo en detrimento de su familia, amistades, jefes e integridad financiera, por ello vive recluido y arruinado en un departamento neoyorquino y se enfrenta recurrentemente al editor de Life, Robert Hayes (Bill Nighy), quien se la pasa publicando mierdas banales para mantener la revista a flote, hasta que es localizado por Aileen (Minami Bages), una empleada de Fujifilm y representante de los afectados por la enfermedad de Minamata y de un grupo de lugareños, encabezado por el enérgico Mitsuo Yamazaki (Hiroyuki Sanada), que lucha contra las huestes de Chisso, simbolizadas sobre todo en el presidente de la firma, Junichi Nojima (Jun Kunimura), señor que primero trata de sobornar al fotógrafo con 50.000 dólares, para que desista en su intención de retratar las malformaciones y los padecimientos en general de la población de la ciudad costera, y después explícitamente opta por recurrir a tácticas más o menos indirectas de disuasión y apriete mafioso como el incendio del cuarto oscuro de Smith, la creación de un documento legal inexistente que libere de toda responsabilidad a la compañía, la negativa a pagar las compensaciones reclamadas por las víctimas y la utilización de empleados, guardias de seguridad, sindicalistas, policías y los citados yakuzas para desbaratar con violencia no sólo las demostraciones de descontento en la fábrica sino también las reuniones de accionistas, ya que los manifestantes conforman el llamado “movimiento accionista” comprando una acción cada uno de la empresa con vistas a poder decirles en la cara a los ejecutivos lo que piensan de ellos y de la contaminación y los sufrimientos que provocaron en la comunidad.
La película de Levitas, un productor reconvertido en director y aquí entregando su segunda obra luego de la olvidable La Última Canción (Lullaby, 2014), es un buen retrato aunque algo disperso del caso y de la labor de Smith, quizás jugando demasiado con la fotografía movediza de Benoît Delhomme y su tendencia de pasar del color al blanco y negro para acercarse al cariño que el fotógrafo sentía por este último formato, más minimalista a nivel expresivo que la explosión cromática habitual y por ello más proclive a concentrar la atención del espectador en la dimensión anímica/ psicológica/ humana de los retratados y no en su entorno, de allí la potencia de las imágenes de Eugene más allá de su innegable maestría formal y su condición de pionero en cuanto a la madurez simbólica del arte de los retratos con la lente y su pata periodística seria. La realización ofrece los datos contextuales justos, no abusa de la típica verborragia informativa posmoderna, adopta en buena parte del metraje un dejo documentalista de cadencia preciosista y a la vez semi seco, celebra sin duda la sana costumbre de documentar la memoria histórica y la fragmentación colectiva, no menosprecia a quien ve en ningún momento, tampoco cae en esas sensiblerías baratas hollywoodenses del montón, deja de lado en sí el hipotético floreo romántico y en especial aprovecha como muy pocas películas recientes a un Depp que aquí regresa al nivel de sus mejores tiempos y nos permite hablar de un resurgimiento profesional de a poco gracias a obras como Esperando a los Bárbaros (Waiting for the Barbarians, 2019), de Ciro Guerra, Ciudad de Mentiras (City of Lies, 2018), de Brad Furman, El Profesor (The Professor, 2018), de Wayne Roberts, y Pacto Criminal (Black Mass, 2015), de Scott Cooper. A pesar de que a priori el Smith de Minamata, para quien no conozca la historia en general, puede responder al esquema narrativo del outsider insertado a la fuerza como salvador externo occidental, lo cierto es que en este caso su participación se condice con la realidad y sí fue crucial en materia de atraer la atención del mundo sobre la enfermedad congénita local ya que es un mal arrastrado desde generaciones y generaciones en esta zona de desastre de la Prefectura de Kunamoto que hasta el día de hoy sigue padeciendo las consecuencias de la codicia corporativa, todo en función de una de las fotografías más famosas del Siglo XX, Tomoko Uemura en su Baño (Tomoko Uemura in her Bath, 1971), en la que aparecen la pobre chica deforme del título, la cual fallecería en 1977 a la edad de 21 años, y su madre, Ryoko Uemura, ambas desnudas en una bañera para ilustrar los efectos de la exposición a metilmercurio a través de los alimentos y aguas contaminadas. Precisamente, Smith sería uno de los principales mártires de la causa debido a que en una reunión de accionistas fue golpeado brutalmente por los energúmenos al servicio de los intereses encubridores de Chisso al punto de quedar seriamente afectado de uno de sus ojos y morir en 1978 de un accidente cerebrovascular derivado en parte de las diversas secuelas de aquella paliza símil cruenta represalia en la planta fabril, aunque no sin antes publicar el fotolibro Minamata (1975), sobre el cual está basado el correcto guión del director, Jason Forman, Stephen Deuters y David Kessler, un volumen producto de la colaboración entre el reportero y su esposa Mioko, militante proambiental y anticontaminación de larga data. Sin llegar a ser una maravilla aunque posicionándose como una de las pocas propuestas valiosas en un cine contemporáneo saturado por la estupidez y la redundancia omnipresente, la odisea explora con eficacia el tópico de fondo de la dignidad social mediante la contienda activa contra los poderosos y nos regala una experiencia estética muy placentera gracias a la extraordinaria música de Ryuichi Sakamoto, un compositor sin igual recordado por sus opus para Nagisa Ôshima, Pedro Almodóvar, Bernardo Bertolucci, Oliver Stone, Brian De Palma, Alejandro G. Iñárritu y John Maybury, entre muchos otros cineastas notables de las últimas décadas…