Certezas de la medicina
La carrera de Carlos Sorín comenzó con obras atrayentes como La Era del Ñandú (1986) y La Película del Rey (1986), siguió con aquel traspié intitulado Eterna Sonrisa de New Jersey (1989) y pronto devino en el autoexilio de la década del 90, cuando el director se dedicó de lleno a la publicidad. Su regreso con Historias Mínimas (2002) fue leído por muchos como una jugada oportunista en tiempos del “nuevo cine argentino”: lo que había sido una trayectoria muy original hasta ese momento quedó en nada con la repetición de la fórmula en El Perro (2004) y sobre todo en la paupérrima El Camino de San Diego (2006).
Con la retirada progresiva del apoyo por parte del grueso del público, la crítica y los festivales internacionales, el hombre se arriesgó profundizando en las sonseras artys seudo existencialistas en la intrascendente La Ventana (2008), otro de esos productos destinados a la exportación que pasó sin pena ni gloria. Hoy parece que luego de dos equívocos por fin decidió congraciarse con los espectadores locales: aún así debemos señalar que El Gato Desaparece (2011) es un intento fallido dentro del terreno del suspenso seco a la Claude Chabrol, aunque sin el encanto o los comentarios sociales ácidos característicos del francés.
De hecho, aquí pone de manifiesto casi en forma involuntaria su condición de “turista” en lo que respecta a los resortes del género. Sorín nos quiere vender la historia de una mujer, Beatriz (Beatriz Spelzini), que desconfía de su esposo recién salido de un neuropsiquiátrico pero no nos ofrece ni un motivo convincente para que la trama vaya por esa senda: definitivamente los thrillers no son lo suyo. Al guionista y realizador se le ocurrió una única idea que conduce hacia un final obvio y que para colmo ya ha sido trabajada en demasía por manos muchísimo más diestras (el contexto y los pivotes se le escapan por completo).
Si bien la propuesta mantiene la prolijidad y claramente supera a los opus anteriores, tales méritos no le alcanzan para esquivar una preocupante medianía que pierde y recupera el interés sin ninguna destreza o rasgo a destacar. Luis Luque cumple como el marido no obstante la que sostiene el proyecto tapando los baches narrativos y las torpezas generales es Spelzini, una actriz que de una materia prima insignificante extrae lo suficiente como para no pasar vergüenza. El mayor punto a favor de un film tan desganado como el presente lo hallamos en el ataque sutil a las supuestas “certezas” que suelen brindar los médicos…