Lorena Giachino dirige El gran circo pobre de Timoteo: documental chileno sobre un circo emblemático que, durante más de cuarenta años, se mantuvo de pie con sus espectáculos de transformistas.
Transformistas, brillos, plumas, música, bailes. Uno piensa en un circo como el de Timoteo y trae a su cabeza cosas alegres y coloridas. No obstante, la mirada que realiza Giachino acá es un poco más agridulce: el circo ya no es lo que era y su propio dueño, entrado en años, teme que el final esté cerca. Ese tono de grises está impuesto desde su presentación, en la que uno de los creadores habla sobre un artista que se fue en el escenario y sobre la suerte de irse así: con gente aplaudiendo y haciendo lo que uno le gusta. De esa melancolía está impreso este documental.
Giachino se pone en el lugar de observadora. Se introduce en esa comunidad, que es como una familia en sí, y los deja ser. Desde momentos de cotidianeidad hasta aquellos en los que se paran frente al escenario cada uno con su show.
Timoteo (o René), el dueño de este circo, se enfrenta con la posibilidad de ya no estar capacitado o sano (los cambios de los tiempos y una enfermedad anunciada) para seguir al mando. Y esto trae aparejado diferentes consecuencias para el circo que construyó y con tanto esfuerzo y cariño mantuvo de pie. Al respecto reflexiona sobre su destino, sobre la vejez, sobre la posibilidad de ya no hacer aquello que es su vida.
El modo que tiene Giachino de acercarse es tímido, silencioso, sin interferir. Si bien en muchas escenas esto se agradece por su naturalidad, también parece por momentos no tomar una postura clara, no saber bien qué es lo que quiere contar con esto, en dónde radica el principal foco de interés.
Sin entrevistas, sin sensación de estar nada impostado, sin su voz. Para poder ser testigos de cómo vive y trabaja este grupo de gente que tiene más voluntad que medios para llevar adelante la vida que disfrutan. Por eso hay momentos de largos silencios, conversaciones de aparente banalidad, sonido de lluvia, risas y llantos, sin un hilo argumental definido de la manera más clásica y estructurada.
Irse, desaparecer, terminar, un final, algunas de las ideas que pululan a través de un retrato compuesto a través de momentos, destilando mucha naturalidad.