Una posición relegada
El gran golpe (2016) arrastra dos grandes defectos que rápidamente se transforman en imperdonables: por un lado desaprovecha a un Bruce Willis en “modalidad villano” y por el otro no aporta nada original a la fórmula de los films de robos a bancos…
En el campo del mainstream norteamericano, ese que suele marcar el terreno para el resto de las cinematografías nacionales del globo, durante las últimas décadas se fue dando de manera paulatina un cambio de paradigma en lo referido al armazón macro de los productos para exportar: los popes de la acción sobrecargada de los 80 y 90 de a poco fueron sustituidos por la fanfarria digital, la estética de los videojuegos y un clasicismo lavado que está exento de toda ideología que le escape a esa celebración ad infinitum de la cultura chatarra, vista ahora desde una nostalgia pop profundamente trasnochada. Una y otra vez nos topamos con films huecos que funcionan como una oda a opus de otras épocas con los que no tienen casi nada en común, así la cita al pasado se agota de inmediato cuando se reemplaza la testosterona por una andanada de CGI invasivo e historias demasiado pueriles.
De este modo, los “héroes” de la derecha de Ronald Reagan y George H. W. Bush debieron conformarse con encabezar propuestas autofinanciadas en la línea de Los Indestructibles (The Expendables, 2010) o someterse al lugar que Hollywood les ha asignado en esta nueva etapa de la industria cultural, léase los thrillers de acción clase B y algún que otro cameo en películas multimillonarias (más allá de sus gustitos personales). La olvidable El Gran Golpe (Marauders, 2016), otra de esas heist movies que a partir de un asalto a un banco despliegan un entramado de secretos y venganzas, nos permite sopesar el caso de Bruce Willis, un señor cuya carrera ha sido un subibaja constante y que últimamente ha encontrado su nicho en obras de presupuesto limitado, a veces ofreciendo joyas símil Looper: Asesinos del Futuro (Looper, 2012) o rarezas sutiles como Un Reino bajo la Luna (Moonrise Kingdom, 2012).
Se podría decir que hasta cierto punto pareciera que Willis se toma todo el asunto de manera más relajada y menos traumática que sus colegas/ compañeros de rubro (hablamos de Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger, Jean-Claude Van Damme, Chuck Norris, Dolph Lundgren, etc.), ya que por lo general se nota que trabaja sólo por el cheque y que no tiene ningún prurito en seguir usufructuando -por ejemplo- una franquicia muerta por completo a nivel creativo como la iniciada con la extraordinaria Duro de Matar (Die Hard, 1988). Aquí lamentablemente se le concedió el papel de villano, lo que lo desplaza a un segundo plano frente al verdadero eje del relato, uno doble y bastante aburrido, centrado en la investigación conjunta del robo de turno y la “lucha de egos” entre las autoridades máximas del FBI y la policía (Christopher Meloni y Johnathon Schaech, respectivamente).
Como en tantas otras epopeyas suburbiales de la clase B, la propuesta desvaría en extremo alrededor de las distintas subtramas y resulta muy deficitaria en materia del acabado formal del producto, lo que asimismo nos reenvía al desempeño del director Steven C. Miller y los guionistas Chris Sivertson y Michael Cody, todos profesionales sin demasiado talento ni imaginación. Sin ir más lejos, lo mejor que entregó Miller a la fecha sigue siendo la remake del 2012 de Sangriento Papá Noel (Silent Night, Deadly Night, 1984), aquel clásico de la edad de oro de los slashers. La película se siente muy larga en sus 107 minutos y el guión abusa de una verborragia atolondrada que lanza sin parar insultos y one-liners fallidas: si se hubiese aprovechado en serio el brío apacible del amigo Bruce, por más que hoy esté relegado en general, el film sí elevaría su posición y alcanzaría una cuota de efectividad…