La homilía de la voluntad.
Se podría decir que hasta cierto punto El Gran Pequeño (Little Boy, 2015) unifica -de un modo bastante fluido- dos tradiciones cinematográficas no del todo contrastantes, con elementos en común especialmente a nivel de su “idiosincrasia”, por llamarla de alguna manera. En primera instancia tenemos los dramones bélicos centrados en la perspectiva de un niño, quien en su inocencia pretende comprender el conflicto de turno desde la distancia, o atravesarlo con vistas a garantizar su supervivencia si es que le ha tocado en gracia estar en medio de los disparos, las explosiones y demás detalles contextuales. Luego vienen las propuestas cristianas, tanto de índole propagandística como destinadas a los ya creyentes.
Los ejemplos de ambas vertientes son en verdad cuantiosos, pensemos por un lado en el rol de la infancia en El Imperio del Sol (Empire of the Sun, 1987) y La Vida es Bella (La Vita è Bella, 1997), o recordemos las obras de Guillermo del Toro en el rubro fantástico, las extraordinarias El Espinazo del Diablo (2001) y El Laberinto del Fauno (2006). Ahora bien, en el campo de la devoción para las masas adaptada a los distintos géneros, podemos nombrar las amenas Señales (Signs, 2002) y Prueba de Fe (The Reaping, 2007), o las desastrosas Tierra de María (2013), El Remanente (The Remaining, 2014) y El Apocalipsis (Left Behind, 2014), exponentes que dan vergüenza ajena por sus deficiencias de todo tipo.
Aquí la historia va por los caminos melodramáticos/ espirituales de siempre: durante la Segunda Guerra Mundial, Pepper (Jakob Salvati), un purrete de baja estatura para sus ocho años, debe sobrellevar el servicio militar de su padre James (Michael Rapaport), a quien adora y extraña con locura. Al amparo de su madre Emma (Emily Watson) y su hermano London (David Henrie), el joven termina aceptando -sin la más mínima crítica- una lista de “tareas” que le asigna el cura del pueblito, el Padre Oliver (Tom Wilkinson), en pos de acrecentar su fe e “influir” en el regreso de su progenitor. Por supuesto que tampoco falta la amistad paulatina del niño con un japonés, al que los lugareños machacan a pura xenofobia.
Si bien la película del director y guionista Alejandro Monteverde abre con un planteo ambicioso con alegorías acerca de la docilidad del pueblo norteamericano y el belicismo del gobierno, pronto cae en un sinfín de clichés en torno a las correlaciones entre la realidad y la imaginación de Pepper, enriquecida o impugnada por los adultos. Más allá del pobre desempeño de Salvati (siempre con la misma cara de desesperado a lo largo de la epopeya), los trabajos de Watson y Cary-Hiroyuki Tagawa (como el amigo oriental del protagonista) compensan en parte el desatino mayúsculo del casting. En suma, El Gran Pequeño por lo menos tiene la delicadeza de dejar difuso el límite entre la voluntad y el dogma religioso…