La reciprocidad del dolor
El mainstream actual suele concentrarse en el cine de género más aparatoso y hueco, ese que en promedio es el único que aún sigue llegando a las salas tradicionales de exhibición, y le deja los opus experimentales/ inconformistas/ aguerridos -los poquísimos que todavía subsisten- a los festivales de cine de todo el globo y los dramas y comedias clasicistas al streaming, un emporio cada día más saturado de publicidad y productos intercambiables -y cada día más parecido a la televisión por cable de las décadas del 80 y 90- que tampoco demuestra demasiado interés, algo muy evidente debido al paupérrimo nivel de calidad en general de las propuestas ofrecidas. En este contexto no hace mucho tuvimos una anomalía dramática, inteligente y de base teatral que llegó a estrenarse en todo el planeta en salas, El Padre (The Father, 2020), ópera prima del dramaturgo francés Florian Zeller que adaptaba su obra homónima del 2012 junto a Christopher Hampton y de paso generaba dos Oscars, el del Mejor Guión para él y su colega británico y el del Mejor Actor Protagónico para el enorme Anthony Hopkins, señor que en gran medida justificaba la existencia de la película mediante su estupendo desempeño como un anciano de 83 años que sufría los problemas con la memoria y los mecanismos asociativos paradigmáticos de la demencia, Anthony, así su desorientación era permanente durante la trama y cubría rostros, recuerdos y latiguillos.
La puesta teatral que inspiró el film forma parte de una Trilogía Familiar de Zeller que se completa con La Madre (La Mère, 2010) y El Hijo (Le Fils, 2018), por ello salta a la luz que el amigo Florian quiso reproducir el tríptico en el séptimo arte y se propuso encarar un segundo eslabón que en realidad funciona como una precuela semi colateral de El Padre, hablamos de la obra de temática filial del 2018 cuyo resultado en pantalla es El Hijo (The Son, 2022), lamentablemente una película inferior con respecto al trabajo previo centrado casi exclusivamente en Hopkins: Peter (Hugh Jackman) es un abogado corporativo que está a punto de entrar en política al servicio de un prominente senador pero sus planes se caen a pedazos cuando aparece su ex esposa, Kate (Laura Dern), afirmando que el vástago púber de ambos, Nicholas (Zen McGrath), está deprimido, se muestra agresivo y lleva un mes faltando al colegio, lo que eventualmente provoca que el adolescente se mude al hogar del padre y su nueva esposa, Beth (Vanessa Kirby), con la que tiene un mocoso recién nacido, Theo (Félix y Max Goddard), no obstante el asunto no mejora porque a la tendencia de cortarse los brazos con cuchillos se suman los raudos impulsos suicidas de un Nicholas que continúa ausentándose de la escuela, aislándose de todos a su alrededor y sumergiéndose en la anhedonia y una angustia que parece estar enraizada en el divorcio de sus progenitores.
Desde ya que las actuaciones de Jackman y Dern son magníficas, en esencia dos veteranos del rubro que se pasearon por todos los recovecos de la industria audiovisual de las últimas décadas, no obstante el resto del elenco los sigue muy de lejos y en especial se nota lo poco que tienen para ofrecer Kirby y McGrath, la primera apenas una cara bonita y el segundo cayendo por debajo de lo que su personaje reclamaba en tanto “nene rico y tristón por la separación de sus padres”, sin embargo es posible toparse con un par de sorpresas más que agradables como ese Hugh Quarshie que compone al psiquiatra del muchacho después del primer intento de suicidio, el Doctor Harris, y el mismo Hopkins que aporta un cuasi cameo como el mencionado Anthony, padre entre sincero, abandónico y cruel de Peter y su trauma personal ya que ante el púber se ve obligado a reproducir algunas de las frases apocalípticas que su propio progenitor le dijo a la edad de Nicholas para que escarmiente. Por cada punto en contra el convite ofrece un punto a favor, pensemos por ejemplo que el metraje de más de dos horas resulta muy excesivo y contrasta con la gloriosa brevedad de El Padre, aún así la fotografía de Ben Smithard y toda la puesta en escena en general de Zeller, quien además inspiró opus mediocres de Patrice Leconte, Philippe Le Guay y Daniel Auteuil, evitan los clichés claustrofóbicos del teatro filmado y permiten que el relato respire con gran astucia.
La propuesta explora tópicos candentes que se corresponden con la crisis terminal de la familia estándar de antaño desde fines del Siglo XX hasta el presente por la hipocresía que la susodicha generó a lo largo de las centurias previas y por el ensalzamiento monotemático del capitalismo para con el egoísmo más superficial y hedonista, lo que por supuesto genera un hastío mucho más temprano en lo que respecta a las obligaciones laborales, educativas, románticas y familiares de siempre, en este sentido El Hijo sopesa la ansiedad posmoderna, las múltiples tareas en simultáneo, el miedo extremo al fracaso, la falta de comunicación en la parentela, la propensión a encerrarse en burbujas, la paranoia, los clanes compuestos o de orígenes heterogéneos, la derrota tácita de la monogamia, la inoperancia total del sistema escolar, los prejuicios sociales, la solidaridad y el cariño que no bastan contra la depresión, la canalización del sufrimiento en otros sufrimientos y finalmente el patetismo de la alta burguesía o los sectores pudientes en general, cuyos dilemas parecen ridículos vistos desde el exterior de clase. Como estudio sobre la reciprocidad del dolor en un ambiente afectivo algo caníbal o de codependencia, léase ese ida y vuelta del martirio forzado por parte de aquellos que supuestamente se quieren, El Hijo está relativamente bien aunque podría haber sido un film mucho mejor con un guión menos redundante y más ambicioso y/ o valiente…