El “tanque” de la semana (y del año) es la tercera entrega de El Hobbit, igual de aburrida y plagada de puros efectos especiales.
Peter Jackson lo hizo de nuevo. Las tres entregas de El Hobbit son tres películas con más efectos especiales que acción y emoción. Y es en esta última parte en donde se nota más que nunca las ganas de hacer una nueva El señor de los Anillos, pero lo poco exitoso que sale de ese objetivo.
Es fácil cuestionar de antemano cuando uno sabe que un libro que no llega a 200 páginas de repente se convierte en una trilogía, con películas que para el colmo son más extensas que el promedio. Porque era cierto que para El Señor de los Anillos contaba con tres tomos y más allá de la duración de cada película, uno puede incluso sentir que faltaron cosas.
Acá sucede lo contrario, sobran. Si bien la segunda entrega fue un poco menos soporífera que la primera, seguía fallando a la hora de decidir poner alrededor de cuarenta minutos al dragón acusándolo de ladrón a Bilbo Bolsón. No importa que Martin Freeman realmente esté muy bien como el hobbit protagonista, o que Benedict Cumberbatch le agregara con su voz una gran presencia a la criatura, se seguía sintiendo innecesariamente larga.
Y entonces llegó el momento del desenlace, del capítulo final. Y la verdad es que pocas cosas varían. Incluso en algo que debería tener a su favor, el tema de los efectos especiales, acá le juegan en contra. Porque mientras la Tierra Media en su primera trilogía se sentía real, acá comienza a sentirse artificial, lo mismo con ciertas criaturas.
Se destaca la escena que tiene a Saruman como protagonista, pero más que nada porque lo tiene como protagonista también al gran Christopher Lee, en contraposición con el personaje de Galadriel, interpretado nuevamente por Cate Blanchett.
El hobbit no es El señor de los Anillos. No sólo la historia no es tan atractiva y rica como la otra, sino que Peter Jackson parece haberse olvidado que supo emocionar con sus múltiples personajes e historias. A decir verdad, parece que se acuerda a último momento, en el que empieza a dar guiños a esas películas de modo apresurado, en lugar de haberse preocupado a lo largo de la película de dejar otros menos evidentes, no tan obvios. Pero repito y perdón con mi insistencia, no es El Señor de los Anillos. Hay un clarísimo ejemplo de esto: la historia de amor. Hay una historia de amor entre dos personajes distintos, de diferentes razas, que podría rememorar al de Arwen y Aragorn, pero no se le parece en nada. No sólo está construida de un modo inverosímil, sino que lo que debería ser romántico roza lo gracioso, porque no sabe construir ese amor Jackson.
En cuanto a la cinematografía, el director vuelve a contar con Nueva Zelanda como escenario y si bien sabe filmarla, muchas tomas ya se sienten reiterativas. Siento que hay una sola toma en la película, una sola escena, que es realmente memorable. Dura no más de dos minutos y tiene como protagonistas a Bilbo y a Gandalf (IanMcKellen, que todo lo puede), sin decirse nada, sentados uno al lado del otro, uno pequeño y el otro enorme, pero sólo en apariencia, que se miran, y con esa mirada y una leve sonrisa se dicen algo mucho más interesante que durante el resto de la película.
Resumiendo, es cierto, no me gustó El Hobbit, y considero que las tres entregas están prácticamente en un mismo nivel. No son las peores películas de la historia pero sí de las cuales uno esperaba mucho, al haber sido testigos de lo que Jackson fue capaz de hacer. Y sin embargo las acusaciones tempranas son ciertas: las películas, largas, estiradas. Vale como ejemplo que la secuencia que da título a la película dure 45 minutos y en el libro apenas un capítulo corto.
Si bien es la película más corta de la trilogía, Jackson sigue más enfocado en la espectacularidad de sus escenas de acción que en contar historias a través de los personajes, no logrando reflejar emociones e interacciones naturales entre ellos, todo sintiéndose siempre muy forzado y artificioso. Y eso principalmente es lo que hace que estas películas me terminen resultando tan aburridas, que no es el caso de El Hobbit