Un destino sin rumbo
Vuelve Peter Jackson con la historia de la Tierra Media, con un universo mágico que le valió 3 premios de la Academia personales y un total de 17 oscars. Esta vez lo hace estirando la historia previa a todo esa maravillosa trilogía que fue Lord of the Rings, con la anecdótica ayuda que Bilbo Bolsón tuvo que hacer con un grupo de enanos que buscan recuperar su tierra, Erebor.
Retomando gran parte del reparto de lujo que tuvo LOTR, en algunos casos por el mero hecho de buscar afianzar al público con una trama que necesita de estos personajes para mantenerse, Jackson narra The Hobbit... con la solvencia y la solemnidad que lo caracterizan desde que conquistó Hollywood, dejando bastante de lado su libertad estilística más propia de obras como The Frighteners (1996) o Heavenly Creatures (1994). Aquí es todo ornamentación digital y chroma, pero hecho con calidad. Innegable es la labor en la fotografía, la mezcla de sonido o el despliegue artístico, con un maquillaje fantástico y vestuario de primer nivel. Pero eso no basta para que la película alcance la genialidad de su trilogía raíz (qué importa si esta es una precuela).
A toda la calidad técnica, en la que se destaca también la decisión de filmar a 48 fotogramas por segundo, no le llega ni a los talones un guión adornadísimo (paradójico, ¿no?) por situaciones innecesarias, diálogos que intentan ser solemnes pero no son más que aburridos, y ciertos actos que bien podrían eliminarse por completo para hacer de la película una aventura más amena, que no deja de ser divertida si se tiene en cuenta que la novela en la que está basada es más infantil que la trilogía de El Señor de los Anillos.
Aquí tenemos personajes más pintorescos, más amigables, y unos enemigos que son más "malos" que "temibles". Tenemos un periplo que no tiene bien marcado su andar, sino por momentos de absoluto estancamiento en su narración, como la escena con los trolls del bosque, que termina siendo sólo un disparador que funciona como símbolo, en vez de un fin en sí mismo. Toda esa grandilocuencia que Jackson busca, le juega en contra, como le pasó con la insoportable The Lovely Bones (2009). Busca demasiado en un film que puede ser grande siendo modesto.
No importa la calidad artística y la maravillosa labor técnica. No importan los antecedentes. Hay que salir a defender el producto con uñas y dientes, aprovechando la calidad del reparto y de genios detrás de cámara. Eso en este caso no se logra del todo.
Y así logramos dar con una película entrañable, divertida, amistosa, pero que para nada está a la altura de lo que prometía, con escenas descartables, como la soporífera reunión en la casa de Bilbo Bolsón, o la que termina siendo la escena bisagra en la narración, la asamblea en la tierra de los elfos. Todos momentos que funcionan como detalles pequeños, y que no enriquecen para nada el andar de los protagonistas, que siempre terminan metidos en algún lío que inexplicablemente los aleja de su destino. Y por si fuera poco, a Jackson se le escapa de las manos tanto personaje dando vueltas frente a cámara, perdiendo incluso la esencia de su protagonista, encarnado por un Martin Freeman que con su histrionismo no logra llenar los zapatos que Ian Holm sí calza con su versión anciana de este personaje.
El resultado final es una película muy buena, disfrutable, sobre todo en 3D (una maravilla visual), pero hay que ver cómo envejece con el correr de los meses, sobre todo de cara a una pretensiosa trilogía, que marca el intento (veremos si vacío o no) de lograr un nuevo capítulo único en la historia del cine. Jackson intenta abarcar mucho, y cuenta poco, quedándose en un "veremos..."