SUPER-MESÍAS
El Hombre de Acero es la película sobre Superman que faltaba en el DC Universe para comenzar el camino a ese súmum que sería – según los rumores – La Liga de la Justicia, así como Marvel lo hizo con Los Vengadores (2012). Como en el mundo de las novelas gráficas, la competencia se instaló también en el cine, después del fracaso que supuso Superman Regresa (2005), y ahora tienen un producto digno con el cual pelear además de la ya finalizada saga de Batman, dirigida por Christopher Nolan, quien en esta ocasión se pone en el rol de productor.
Si se la ubica en este contexto, la película dirigida por Zack Snyder no está nada mal. Introduce muy bien al personaje (de forma excesiva, pero lo hace) en lo que será la primera de tres películas de esta franquicia, tiene efectos especiales excelentes, y está llena de estrellas que redondean el concepto de tanque absoluto hollywoodense. Ahora, ¿esto la hace una buena película en sí? No necesariamente.
Porque la historia, como dijimos, necesita introducir tanto todo el universo, que pierde demasiado tiempo. Si a eso sumamos la excesiva poética que buscó el director de Watchmen (2008) en todos esos planos-detalle y la retocadísima fotografía, llegamos a la mitad del filme hastiados de tanto drama, flashbacks y búsqueda interior para explicar el devenir de Clark Kent. ¿Tan difícil era contar la vida del kryptoniano? Se complicaron demasiado.
La película se hace larga. Muy larga. Tal es así, que cuando llega todo el clímax en el tercer acto, ya es más como un trámite para finalizar la trama. De hecho, la batalla final está muy bien filmada (sobre todo por el 3D), pero hasta parece agregada como si en los estudios hubiesen notado que faltaba acción. Todo se resume en un final abierto, típico de la tinta de Nolan y David Goyer, en que se hace un guiño con el espectador para generar empatía, como si eso aplacara todo el tedio anterior. Tres cuartos de la película son casi soporíferos, pero el peso que nivela la balanza para la calidad de la película, por suerte, recae en todo el efectismo despampanante del último acto. Cada uno dirá si eso es positivo o negativo.
La música, otro elemento de solemnidad necesario en las producciones de Nolan, vuelve a estar a cargo de Hans Zimmer (sí, ante el éxito de Batman, Warner quiso repetir la fórmula casi a rajatabla). El alemán logra una partitura espectacular, pero ya se está repitiendo un poco. Si bien la música en la película no deja de ser intensa, hay bastante de El caballero de la noche asciende (2012) y El Origen (2010) en ciertos pasajes, por lo que por momentos se extraña la particular e inigualable banda sonora que John Williams hizo para las películas protagonizadas por Christopher Reeve.
Las actuaciones están bien, todas. Incluso el no-muy-conocido Henry Cavill no lo hace mal en el papel protagónico. Pero, nuevamente, el problema es que todos quedan atrapados en la nube de drama que impusieron Nolan y Goyer. Russel Crowe roba cámara como nunca, haciendo de un Jor-El que es una suerte de conciencia-deidad que controla las acciones de los personajes implicados, aun cuando en el comienzo del filme ya tiene una secuencia en la que se luce como personaje clave.
Y aquí entra la duda de si era necesario el tono religioso en una película que pone a un alienígena con súper poderes como si fuera un Mesías, con llamativos paralelismos hacia la figura de Jesucristo. Superman tiene 33 años, intenta representar la fe en los humanos incluso cuando es rechazado (y varias veces casi asesinado) por ser considerado superior. Hasta su cuerpo adquiere la figura del Cristo crucificado antes de dirigirse a una escena en particular. Eso, sin contar la parte en que Clark Kent entra a una iglesia católica a pedir consejo de un cura antes de tomar una decisión trascendental. “Él será como un dios para ellos”, dice Jor-El en un momento.
¿Era necesario hacer eso, Nolan, Snyder y Goyer? Bueno, uno se hace esta pregunta bastante a lo largo de todo lo que dura El Hombre de Acero.