El agujero en la pared y un desencuentro inevitable
El hombre de al lado y la batalla por el rayo de sol
En el comienzo, el rectángulo de la pantalla está dividido en dos: en la superficie negra de la derecha una maza golpea repetidamente y va abriendo un boquete, mientras en el sector blanco de la izquierda asoman grietas y se desprenden los primeros escombros. Esa imagen -las dos caras de una misma pared- introduce la idea del film y anticipa algunas de sus virtudes: su poder de síntesis, su sagacidad para percibir las múltiples facetas que pueden extraerse de un planteo sencillo y su claridad para exponerlas.
Sencilla es la historia de Leonardo y Víctor. Uno es un arquitecto y diseñador prestigioso que acaba de ser premiado en Estocolmo, tiene una esposa burguesa que da clases de yoga, una hija adolescente que vive aislada con su música y su baile y una vivienda de privilegio -la Casa Curutchet, de Le Corbusier-, que corresponde a la imagen de esa vida perfecta. De Víctor se sabe algo menos: sólo que pertenece a una clase más modesta, que está lejos de cualquier sofisticación, que sus modales y su forma de expresarse son rústicos y groseros y que necesita un poco de ese sol que el arquitecto suizo-francés tan generosamente proporcionó a su vecino. De ahí el boquete que hace abrir en la medianera: quiere tener una ventana que a él le dará luz, pero invadirá la intimidad de la familia del arquitecto y destruirá la perfección de su casa-símbolo. Nace el conflicto (entre dos mundos inconciliables) y la tensión va in crescendo, aunque entre el aire bonachón pero avasallador de Víctor y la pusilanimidad de Leonardo el trato parezca cordial, y aunque en la superficie del relato prevalezca el ácido humor generado por el desencuentro entre el mundo grasa de uno y la arrogancia snob del otro.
El film no ahorra mordacidad (en el fondo, lo más grave es que los dos tienen algo de razón) y es algo ambiguo respecto de sus simpatías, pero deja que los hechos que el guión imaginó, y que hacen progresar la acción más allá de algún titubeo ocasional, intensifiquen la sorda violencia hasta que en el patético giro final cada uno revele su verdadera cara.
A la notable pulcritud formal (la casa es protagonista) y las certeras ironías que destapan sutilmente todo lo que hay de veras en disputa, hay que sumar el excelente trabajo del elenco, en especial el de Daniel Aráoz, un Víctor irreemplazable.