Los miedos de la burguesía
Esta película no debiera dejar indiferente a nadie. Desde lo artístico de la propuesta hasta el plano dramático de la cuestión, todo es político en El hombre de al lado, este ¿thriller? careta que intenta poner en contraste las dos caras del poder en la Argentina dentro de un microcosmos anodino como lo es la relación vecinal entre dos platenses de diferentes clases sociales.
El hueco que hace Victor para tener "unos rayitos de sol" pone histérico al prestigioso diseñador de arte, Leonardo, que vive en la única casa que Le Corbusier construyó en América y que es considerada una obra maestra de la arquitectura. Este conflicto desencadena una interesante trama que a simple vista se puede exponer como hasta irrisoria, porque no se puede evitar reír en la diferencia palpable que hacen Mariano Cohn y Gastón Duprat en el sólo hecho de la forma de hablar de los dos polos opuestos, pero que en una mirada mucho más minuciosa se traduce en una ácida mirada a los temores de la clase social más privilegiada de este país.
Leonardo llora en el semáforo, o se consuela encerrándose en su Citroën último modelo mientras lo pone en lavado automático. Leonardo intenta "limpiarse", porque su vecino invasor le abrió los ojos, esos ojos que ni con los ventanales que construyó Le Corbusier pueden ver la vereda de enfrente. Por su parte, Victor sólo quiere un rayito de sol que Leonardo no usa, y encima vende autos usados y hace una bizarra práctica de esculturas con armas de fuego mientras por las noches invita a muchachas a beber, eructar y tener sexo con él. Estos dos contrastes se dan en un excelente y justo metraje calculado milimétricamente gracias a un gran trabajo de guión hecho por Andrés Duprat, avalado también por un bellísimo trabajo fotográfico que se llevó un premio en la edición de Sundance de este año.
El aspecto técnico no sólo queda a merced de los ojos, sino del entendimiento. En El hombre de al lado, la historia transcurre en las edificaciones psicológicas representadas en las deconstrucciones arquitectónicas que protagonizan los dos personajes principales. Los estilos de vida se marcan con pincel, y lo que queda demás se pega con moco. Así de artística es esta película, que posee los mejores plano-secuencia del año, sobre todo en uno de los finales más intimidatorios y espeluznantes de la cartelera argentina que se recuerde, sin necesidad de entrar en el género al que le corresponden esos atributos. Con el shock ideológico se asusta más que con el mero sopetón, y eso es palpable en este film.
Esta película habla con lo que se ve, y escucha sólo los golpes de las construcciones. El hombre de al lado se edifica en nuestras narices, y ni así nos evita la mirada aguda y crítica al sistema aislado de ciertos sectores del país. La inocencia del gorila de clase media, y la rigidez y paquetería del businessman de clase alta. Todo resumido en una mini-obra teatral que muestra que el arte no es sectorial ni partidario, sino político, muy político.