La ópera prima de Felipe Ríos Fuentes, escrita junto a Alejandro Fadel, es un intimista viaje entre padre e hija distanciados.
Michelsen ha manejado camiones a lo largo de las rutas patagónicas toda su vida. Ahora, viejo y enfermo, es retirado a la fuerza y le queda un último viaje por hacer. Mientras tanto, su hija Elena, a la que no ve, encuentra la excusa perfecta para irse de una vez de su pueblo. Una pelea de boxeo que le ofrecen en el Sur.
El hombre del futuro sigue en principio a estos dos personajes en paralelo. Él, en su último viaje que lo lleva a recoger a una chica con la cual, en poco tiempo, mantiene una relación que no pudo construir con su hija a lo largo de los años, sumado a algunos reencuentros a lo largo de la ruta. Ella, en el camión de un colega de su padre, por momentos demasiado charlatán, demasiado pesado y a veces hasta borracho, contrastando con el silencio de una chica que se encuentra enojada. Gran parte de la película sigue estos dos viajes que en algún momento convergerán. Ya lo cantó Fito: lo importante no es llegar, lo importante es el camino.
De manera intimista Felipe Ríos Fuentes va delineando estos viajes personales que pronto tomarán algún rumbo inesperado. Lo hace a través de un guion que nunca sobreexplica y enmarcado en los bellos paisajes patagónicos que ofrece el sur de Chile. Hay un notable trabajo de fotografía que hace un gran aprovechamiento de estas locaciones naturales.
A lo largo del film, que se mueve a sus tiempos, si bien la idea de un viaje por la ruta rememora inmediatamente a Las acacias, acá nos encontramos ante una narración más seca.
José Soza interpreta a Michelsen y Antonia Giesen, en su debut cinematográfico, a Elena a través de más silencios que palabras. A la larga, ellos se parecen más de lo que podrían creer. También la pequeña pero fundamental participación de María Alché resulta vital.
El hombre del futuro es un logrado drama intimista que logra retratar un reencuentro de una manera directa, honesta y lo suficientemente emotiva.