Hijos de Odín
La nueva película de Robert Eggers, la extraordinaria e hiper nihilista El Hombre del Norte (The Northman, 2022), no sólo constituye una lección magistral de cine, una de esas que ya prácticamente no existen en el mainstream lobotomizado y conformista de nuestros días, sino que además por un lado se aparta bastante de sus dos obras previas, La Bruja (The Witch: A New-England Folktale, 2015) y El Faro (The Lighthouse, 2019), porque cambia el contexto de aislamiento y claustrofobia de antaño, eje de la trágica convivencia entre los antihéroes de ambas realizaciones señaladas, por los espacios abiertos de una Irlanda, sede crucial del rodaje, que pasa por una Islandia plagada de mesetas verdes y con una generosa actividad volcánica, y por el otro lado se mantiene cerca de aquellas en lo que atañe a la fascinación insistente del director y guionista para con la antropología social, el folklore de tiempos más o menos remotos, sus dialectos específicos, las costumbres animistas hoy ya desaparecidas, un paganismo de impronta siempre arrolladora e iconoclasta, la doble faceta -esclavizadora y liberadora altisonante- del mismo y por supuesto esa mitología que abarca a divinidades, personajes, figuras y entidades que también se mueven en la línea divisoria entre lo maléfico y lo benigno porque Eggers le escapa a ese maniqueísmo barato típico de Hollywood y en su cine de género furiosamente artístico y preciosista hallamos criaturas paradójicas como aquellos Thomasin (Anya Taylor-Joy) y Black Phillip (Wahab Chaudhry) de La Bruja, moldeados a partir de la larga tradición de la hechicería femenina y de Pan, el Dios de los pastores, la fertilidad y la sexualidad masculina en la mitología griega, y como aquellos Thomas Howard (Robert Pattinson) y Thomas Wake (Willem Dafoe) de El Faro, construidos respectivamente a partir de Prometeo, el titán amigo de los mortales que robó el fuego para entregarlo a la humanidad, y Proteo, Dios del mar que podía predecir el futuro aunque evitaba hacerlo cambiando constantemente de forma/ aspecto para no ser atrapado.
Aquí el “patrón simbólico” a seguir es la leyenda medieval escandinava de Amleth, relato popular que llegaría a difundirse en todo el globo cuando William Shakespeare lo adaptase de manera literal en Hamlet (1603), celebre tragedia que recuperó muchos latiguillos del mito original, basado en un poema islandés perdido del Siglo X e inmortalizado en textos como Chronicon Lethrense (Siglo XII), de autor anónimo, y Gesta Danorum (Siglo XIII), de Saxo Grammaticus, como la premisa de base homologada al periplo de venganza del Príncipe Amleth durante la Edad del Hierro luego de que su tío, Feng, asesinase a su padre, Horvendill, bajo el mandato de la maquiavélica esposa de este último, Gerutha, quien no se consideraba querida por el finado, amén de detalles adicionales como una locura fingida, estratagemas para aislarlo, controlarlo o asesinarlo por parte del flamante soberano de los jutos y la muerte en batalla del protagonista, alegoría sobre el alto precio de la venganza. En esta oportunidad Amleth (Oscar Novak de niño, Alexander Skarsgård ya como adulto) se transforma en heredero de su padre, Aurvandill (el gran Ethan Hawke en esta cita del acervo cultural germánico), gracias a la intervención del brujo Heimir (Dafoe), no obstante atestigua cómo su tío, Fjölnir (Claes Bang), el único hermano de su progenitor, lo asesina sin piedad y manda a matar a su vástago, lo que lo obliga a huir y a transformarse con los años en un guerrero nórdico salvaje que asedia y esclaviza a las tribus más débiles junto con otros vikingos amantes del saqueo y la violencia en Europa y la futura Rusia. Cuando se entera de que Fjölnir, llamado El Deshermanado, perdió su reino a manos de otro jerarca y mutó en señor feudal que cría ganado en Islandia, se hace pasar por esclavo para llegar a sus dominios y comenzar su revancha, sin embargo encuentra a su madre, la Reina Gudrún (Nicole Kidman), casada con el villano y se enamora de una hermosa esclava, la hechicera Olga (Taylor-Joy), quien lo ayuda a llevar a cabo un plan brutal de ajuste tardío de cuentas.
Si bien se puede seguir diciendo que el corazoncito de Eggers está volcado al horror, ya que de hecho es el único género que se sumerge sin culpa en el arte de la desmembración y la evisceración por una honestidad expresiva absoluta en materia del pesimismo o desprecio hacia una criatura por demás vil, delirante y traicionera como el ser humano, El Hombre del Norte juega claramente con los recursos paradigmáticos de las épicas de aventuras y de los thrillers de desquite del mismo modo en que La Bruja y El Faro lo hicieron con las efigies, el puritanismo, los rituales, las compulsiones y las fantasías más truculentas de Nueva Inglaterra, la primera dentro del enclave del terror sobrenatural satánico de emancipación femenina y la segunda en el terreno del drama de descenso hacia la demencia con chispazos de homoerotismo y de una relación de maestro/ discípulo que se iba al demonio. Mediante el personaje de Dafoe, otro semejante de Ingvar Sigurdsson y aquella vidente tenebrosa en la piel de Björk Guðmundsdóttir alias simplemente Björk, por cierto colaboradora habitual del coguionista de turno de Eggers, Sigurjón Birgir Sigurðsson alias Sjón, poeta y novelista que firmó muchas letras para la archiconocida cantante y compositora islandesa y que viene de trabajar con Valdimar Jóhannsson en la desquiciada Cordero (Lamb, 2021), el film que nos ocupa va introduciendo una imaginería surrealista exquisita que representa no sólo las visiones pomposas de Amleth, preso como lo somos todos de la idiosincrasia y la cultura de su tiempo, sino asimismo la riqueza de la mitología nórdica en su conjunto y el sentir social de todos estos “hijos de Odín”, en suma una cosmovisión apasionante que el cineasta recrea en imágenes tan bellas y adictivas como espantosas que a su vez ponen en primer plano cuánto se puede conseguir cuando se utiliza al aparato hollywoodense en función del arte y no de la estupidez clasicista lavacerebros para el público más ignorante, de allí el desenlace moralmente abierto -en las puertas del Valhalla- que no sanciona o celebra esta carnicería.
En su tercer opus Eggers acelera el ritmo narrativo para acercarse a un relato de acción a toda pompa pero sin jamás descuidar o traicionar sus marcas autorales, como por ejemplo el gustito por los travellings elegantes, una puesta en escena inmaculada, una fotografía que está siempre al servicio de la narración y los personajes, metáforas frondosas que en parte remiten a Darren Aronofsky y Ken Russell, la aculturación a la fuerza de los antihéroes, enfrentamientos furtivos y en verdad demoledores, una crueldad lírica sólo equiparable a la animadversión de fondo, la presencia de lo prohibido erótico empardado al tabú -aquí la abiertamente incestuosa y filicida Gudrún- y finalmente una idea general de adaptar todo lo anterior a las necesidades de nuestra faena, por ello el realizador eligió como protagonistas fundamentales a Taylor-Joy, una genia que ya demostró con amplitud su valía como actriz desde, precisamente, La Bruja, y a Skarsgård, intérprete sueco cuya trayectoria hasta este momento parece haber sido una larga preparación para componer a Amleth, en este sentido basta con recordar que sus rasgos más importantes, léase su semblante de buen mozo y su cuerpo/ físico prominente, lo habían encasillado en muchas propuestas olvidables de acción y aventuras o en epopeyas románticas/ melodramáticas/ de suspenso, aquí más que nunca demostrando que puede llevar sus mejores trabajos a la fecha, aquellos televisivos de The Little Drummer Girl (2018) y Big Little Lies (2017-2019), hacia el siguiente nivel, el de la excelencia innegable. De la mano de aportes prodigiosos como el diseño de producción de Craig Lathrop, la fotografía de Jarin Blaschke, la edición de Louise Ford y la música de Robin Carolan y Sebastian Gainsborough, casi todos colaboradores reincidentes de Eggers, éste redondea una odisea de una intensidad y un desparpajo espeluznantes que erigen la mejor y definitiva gesta vikinga del cine y ponen en vergüenza a la legión de autómatas sin alma ni ideas ni cojones que se dicen directores y se la pasan rodando bodrios hoy en día…