La espiral descendente.
Si recordamos que el clásico de clásicos El Increíble Hombre Menguante (The Incredible Shrinking Man, 1957) trabajó de manera magistral la misma premisa ridícula de la que hace uso Ant-Man: El Hombre Hormiga (Ant-Man, 2015), otra más de esas bazofias genéricas de superhéroes pasteurizados para el nicho ATP, nos daremos cuenta de hasta qué punto determinado sector de Hollywood está obsesionado con repetir los mismos engranajes vetustos en el caso del cine de acción modelo ochentoso, léase “disparos non stop + chistes bobos + romance + cráneos del mal”. Los genios del marketing contemporáneo sumaron a la fórmula la fantasía infantiloide de los comics de antaño y mucha arrogancia de cotillón.
Así las cosas, nuevamente tenemos a un seudo paria que es elegido para formar parte de ese club de palurdos con calzas y/ o disfraces fluorescentes que desean salvar a Estados Unidos de enemigos cada vez más diabólicos o algo así, ahora con el “cara de nada” Paul Rudd como Scott Lang, un ex convicto reclutado por el Dr. Hank Pym (Michael Douglas) para someterse al ardid empequeñecedor de turno y sabotear las instalaciones de Darren Cross (Corey Stoll), otro villano que comparte con los directivos de Marvel el gustito por lo ajeno y el fetiche para con la producción en serie del mismo esquema. Aquí el tono de comedia berreta y un desarrollo de manual no alcanzan para sostener en serio a un personaje clase B.
Resulta muy irrisorio que todavía nos sigan bombardeando con bodrios light de nulo valor simbólico, apenas exploitations lejanos del Batman de Christopher Nolan, que para colmo ni siquiera satisfacen la fastuosidad aventurera del espectáculo para las masas, cortesía de la impersonalización que impuso la supremacía de los CGI a nivel mainstream (las secuencias de acción son confusas, poco imaginativas, tontamente veloces y construidas con el plástico como principal referencia visual). La pulcritud y la castración reemplazan a la suciedad y el coraje de los márgenes, en el marco de un cine destinado al dispendio hueco que convalida la sonsera del paladín individual, recortado de un todo social que sólo espera ser “salvado”.
No hace falta chequear las estadísticas para ratificar el enorme volumen de obras derivadas, no originales, que se producen en nuestros días desde los estudios norteamericanos, los cuales hicieron del “apostar a seguro” -es decir, a la idiotización y homogeneización del público- su estrategia primordial. Propuestas como Ant-Man: El Hombre Hormiga aburren, son anodinas y carecen del encanto de lo irrepetible, siempre autoreferenciales (un imbécil autoconsciente sigue siendo imbécil) y saturadas de clichés en los que la corrección política esconde prejuicios de todo tipo (hoy le toca a las comunidades latina, negra y de Europa del Este). La espiral descendente sólo parece deleitar la fecalofagia de ciertos consumidores…