Dirigida por el desconocido Matt Brown, El hombre que conocía el infinito retrata la vida de un brillante matemático indio cuyo conocimientos provenían de su propio ser, sin haber tenido oportunidad de estudiar hasta que llega a la Universidad de Cambridge con su sueño de ser publicado. Es la época de la Primera Guerra Mundial y la ayuda del profesor G. H. Hardy derivará en una amistad impensada, entre el hombre que dejó su tierra y su familia y el solitario profesor ateo.
Srinivasa Ramanujan (Dev Patel) no la tuvo fácil. Nacido en un país donde la gente no salía de allí (porque si lo hacía probablemente no iba a volver), recién casado en medio de otro matrimonio arreglado más en su sociedad, siempre sintió afinidad por los números, los consideró incluso sus amigos, con ellos se entendía. Pero allí, en ese lugar, no había futuro para alguien como él. Afuera, quizás tampoco. Al ser indio, nada parecía ser fácil para él ni acá ni en la Universidad de Cambridge, a la cual consigue entrar de la mano de un profesor escéptico pero que siente curiosidad por todo este conocimiento inmenso que Ramanujan parece tener. Es G. H. Hardy (Jeremy Irons) quien le dará la mano necesaria para que de a poco vaya logrando ser reconocido.
Desde el título (de todos modos proveniente de la biografía escrita por Robert Kanigel), se percibe un film que quiere ser grande, importante. Como su protagonista, que ante los primeros rechazos se compara con Galileo Galilei. “Al menos tienes buena autoestima”, le contesta su amigo. Harto de estar en un lugar donde nunca va a tener el reconocimiento que necesita, escribe una carta a Cambridge y consigue ser invitado. Allí no se lo verá con buenos ojos y costará que entiendan y comprueben los conocimientos que lleva con él, más que nada por los prejuicios.
Entre Ramanujan y Hardy, su mentor, hay una diferencia principal y enorme que tiene que ver con sus creencias. Ramanujan no tuvo oportunidades de formarse académicamente y cree que su conocimiento y relación con los números se suceden gracias a la presencia de un Dios. Hardy es un hombre de ciencia, no cree en ningún Dios al que no pueda comprobar, es además un hombre solitario entregado de lleno a su trabajo y sus estudios. Esta es quizás la arista poco profundizada más interesante que podría haber tenido el film. Tampoco se siente demasiado por la relación con su mujer, que más allá de ser arreglada de antemano demuestran amarse y querer apoyarse continuamente. Incluso la presencia de la madre, posesiva y autoritaria, apenas está delineada, dejando en claro que las figuras femeninas no son el plato fuerte del guión, parecen más un adorno.
“Hay patrones en todo”, entiende el matemático indio y eso parece aplicarse a esta biopic que peca de tener muchos de los rasgos comunes que suelen pertenecer al subgénero. Una figura engrandecida, que tiene que sortear difíciles retos, cuotas varias de drama (alguna enfermedad, alguna cuestión socio-política, alguna muerte, un poco de alguna o de todas), y finalmente, a veces más tarde de lo previsto para su protagonista, el necesario reconocimiento. Ramanujan fue sin dudas una figura importante en el mundo de la matemática, porque conocimientos suyos sirvieron para estudios todavía vigentes.
En “El hombre que conocía al infinito” hay mucho y poco a la vez. Hay mucho material y buenas intenciones, pero todo se siente superficial. Carece principalmente de profundidad y sentimiento. Si bien quiere apelar a eso, no emociona, no se siente conexión, empatía con su protagonista.
Frases hechas que parecen recitadas y le restan naturalidad a los diálogos, “Lo que está escrito en el destino, sucederá”, “El conocimiento suele venir de los lugares más humildes”, terminan de completar un film poco inspirado, interesante principalmente para conocer un poco más sobre una figura de la cual muchos no saben. Apenas correcta, con actuaciones convincentes pero sin sorpresas. Dev Patel no puede evitar quedar deslucido ante un grande eterno como es Jeremy Irons, cuya presencia le agrega color a este film.