El género biopic dejó de ser novedad hace tiempo. Tanto es así que en los Oscar 2015, por citar apenas un ejemplo, cuatro de las ocho nominadas a mejor película fueron biográficas: “El código enigma”, “La teoría del todo”, “Selma” y “El francotirador”. En “El hombre que conocía el infinito”, el director Matt Brown hurgó sobre la vida de Srinivasa Ramanujan, un genio de las matemáticas, de origen indio, cuya particularidad era resolver grandes problemas aritméticos con más intuición y guiños religiosos que pruebas ortodoxas. A Matt Brown le faltó pulso cinematográfico para darle a esta trama mayor intensidad y emoción. Se notó mucho que es su ópera prima, sobre todo porque eligió un registro narrativo demasiado convencional, al que le faltó una dinámica más ágil, sobre todo en la primera mitad de la película, algo soporífera. Lo que salva al filme es la profundidad actoral de los protagonistas. Dev Patel, aquel que se hizo conocido por su labor en “¿Quién quiere ser millonario?” y “La vida de Pi”, conmueve con su Ramajuan idealista, tormentoso y enamorado. Y como coequiper está la calidad habitual de Jeremy Irons, quien al componer al profesor Hardy demuestra otra vez que a la hora de transmitir emociones menos es más, en sintonía con la estética matemática del filme. Hardy recibirá a Ramajuan en la Universidad de Cambridge y fogoneará sus métodos matemáticos pese a la resistencia del establishment educativo. La película intenta hacer foco en ese vínculo, en el que a partir de la misma pasión nace una atracción mutua, que en el caso de Hardy roza el amor platónico. El filme corona el buen mensaje de lo válido que es luchar por lo que uno ama, aunque siempre haya que navegar contra la corriente.