Lo bello y lo triste
Sylvain Chomet, autor de Las trillizas de Belleville, recupera un guión escrito por Jacques Tati en 1956 y ofrece un brillante homenaje en un film profundamente emotivo y melancólico.
Basada en un guión que Jacques Tati dejó sin materializar, El ilusionista se hace cargo de la impronta tatiana con elegancia. Sylvain Chomet releva una capacidad de describir el mundo que sólo tenía el director de Playtime; haciendo uso de esa cualidad característica de Tati para narrar con los sonidos y sumando las delicias de su bellísimo dibujo. Sabemos que - desde Dia de fiesta (1948)- Jacques Tati describió con minuciosidad crítica, el proceso de modernización de cada época en que le tocó vivir. Allí está el cartero de Dia de fiesta resistiéndose a adoptar costumbres foráneas (estadounidenses) o el propio Tati afirmando a propósito dePlaytime: “mi film supone en cierto modo la defensa del individuo, pues en esta organización hiperautomática siempre necesitaremos a una persona que –provista de un minúsculo destornillador- venga a arreglar el ascensor”. Pero El ilusionista agrega una mirada más descarnada hacia la tecnificación de su época (tal vez con una mirada más resignadamente condenatoria).
Puede decirse que El ilusionista carga con un oscurecimiento progresivo, que avanza en su tono inicialmente luminoso hacia un clima más bien sombrío. Situado en 1959, el film de Chomet tiene como protagonista a un solitario mago francés (un Sr. Hulot eterno) que comienza a ver transformada su vida profesional por el imperioso acceso de la modernidad, (las bandas de rock como iconografía epocal). Para ganarse el pan, buscará suerte haciendo presentaciones en casamientos, teatros semidesiertos, bares, tugurios, hasta probar suerte en Escocia donde entablará una afectiva relación con una joven a la que apadrina y suma en sus viajes buscavidas. Sin embargo el tinte idílico de esa relación se contrastará con una realidad de pronto desapego.
Desesperanzada y a su vez luminosa, testimonio impasible de una época perdida; El ilusionista es un film de Jacques Tati pasado por el tamiz desencantado de Sylvain Chomet. Es decir: la mirada de un director que no llegó a ser testigo directo del devenir-espectáculo del mundo, atravesada por la perspectiva de otro director muy consciente de que ese mundo de 1956 no vuelve más. ¿O será que el film bosqueja un Tati cuya profunda amargura jamás conocimos en su obra? Mientras el mundo pasa indiferente por el costado -al ritmo de un inminente jukebox-la única persona que celebra el show de magia de nuestro personaje es un borracho. Compartamos entonces junto a él, la embriaguez de revisitar a Tati a través de El ilusionista.