La historia del trabajo como agente encubierto más importante de la carrera de Robert Mazur es sin dudas muy cinematográfica. Para poner en contexto, a fines de los 80 las autoridades de EE.UU. estaban desesperadas por liquidar la red de narcotráfico que comandaba Pablo Escobar y designan a Mazur para infiltrarse en el cartel simulando ser un experto en lavado de dinero. El trabajo que Mazur y equipo realizan es sin dudas minucioso y llevó su tiempo (unos años) y sacrificios personales. Mazur se convirtió en Robert Musella.
La película que dirige Brad Furman (director de la olvidable Runner Runner) está basada en el libro escrito por el propio Mazur, acá interpretado por el enorme Bryan Cranston. En dos horas, el guión de Ellen Sue Brown (dato de color: es la madre del director) desarrolla a modo de thriller el proceso que Mazur lleva a cabo queriendo acercarse lo mayormente posible a Pablo Escobar. Claro que no es un trabajo solitario, y además del FBI cuenta principalmente con la ayuda de su compañero Emir Abreu (John Leguizamo, siempre relevado a papeles secundarios) y luego también con el de una agente que terminará haciéndose pasar por su prometida, Kathy (Diane Kruger). La vida de Mazur pronto se convierte en el día a día de Musella, su verdadera mujer e hija quedan alejadas de él teniendo cada vez menos contacto, y él se encuentra entrando en aguas cada vez más oscuras.
Preciso y cuidadoso, detallista. Así es el trabajo que realizan estos agentes para poder simular en tiempo real otra vida que no es la suya, y a la vez poder estar atentos y, por ejemplo, lograr grabar conversaciones. Un trabajo en el que no sólo sucede que tanto él como su presunta futura mujer se acercan cada vez más no sólo a una sociedad, sino a personas, individuos que confían en ellos y los ven como amigos; sino que el trabajo no es lo único que constantemente pende de un hilo, porque cualquier movimiento equivocado puede derivar no sólo con un resultrado frustrado sino con el fin de sus propias vidas; acá ponen en juego literalmente sus propias vidas. Furman intenta imprimirle esa tensión, esa constante sensación de riesgo, a su película, un thriller que navega entre la acción y el drama. No lo logra todo el tiempo pero sí consigue escenas y secuencias bien logradas en contraste con algunas otras que parecen salidas más bien de un telefilm o una serie de televisión poco lograda.
Cranston, aunque se lo siente un poco más grande de edad de lo que su papel demanda (la edad es un problema que los hombres no suelen tener en Hollywood), se luce como un Mazur que entiende que tiene que ser más Musella que él mismo, aunque cuando lo deje llegue a extrañarlo; logra pasar de un estado a otro, de una personalidad a otra, sin perder credibilidad. Kruger está correcta y Leguizamo sin dudas aporta lo que la película necesita de su personaje, algo de humor al mismo tiempo que corazón. Benjamin Bratt y Elena Anaya (como uno de los mayores socios de Escobar y su mujer), entre otros, acompañan sin desentonar.
Narrativamente, el guión se preocupa más que nada por desarrollar el proceso del operativo y falla en profundizar más en sus personajes, siendo más bien marionetas del trabajo a cubrir.
Para quienes no conozcan la historia no pienso relatar mucho más de lo que sucede en la película, pero sí resaltar que la resolución quizás necesitaba un poco más de fuerza, es un momento importantísimo del operativo y todo sucede rápido. Hay momentos previos más emocionantes que aquel, y no es justo para la magnitud que tiene que tener ese cierre.
El infiltrado así no aporta demasiado a quien le interese exclusivamente la figura de Pablo Escobar, sino más bien el mundo en el que se supo manejarse. Como película de espionaje le falta un poco más de suspenso y oscuridad, a lo John Le Carre. Aun así ésta se sostiene por una trama interesante (con la típica sensación de que parece salido de una película más que de la propia realidad) pero sobre todo por un Cranston que nunca falla.