El cine policial tiene un subgénero no asumido pero con grandes exponentes: el de infiltrados. De Serpico (1973) a Asuntos Infernales (Infernal Affairs, 2002) y su remake estadounidense, Los Infiltrados (The Departed, 2006), pasando por Cruising (1980), Punto Límite ((Point Break, 1991) y Perros de la Calle (Reservoir Dogs, 1992), las películas con policías o agentes mezclados entre los criminales a los que deben atrapar son garantía de tensión, suspenso y dilemas morales. ¿Y si el protagonista es descubierto? ¿Y si el villano no es tan perverso y el héroe puede cometer atrocidades en nombre de la justicia? Cuando estas historias se basan en hechos reales, el interés aumenta, como en El Infiltrado (The Infiltrator, 2016)
A mediados de los ’80, Robert Mazur (Bryan Cranston), un agente que trabaja como encubierto, descubre una posibilidad dorada de golpear duro al narcotráfico en los Estados Unidos: en vez de ir por el lado de la distribución de drogas, la clave será llegar a los narcotraficantes mediante la ruta del dinero. Entonces se hace pasar por Robert Musella, un funcionario de aduanas. Pronto, a fuerza de contactos y movimientos estratégicos, accederá a las figuras más decisivas (y más corruptas). Pero a medida que se aproxima al fuego, los riesgos de quemarse resultan aún mayores. Inevitable sentir eso cuando aparece en el horizonte un nombre de la talla de Pablo Escobar.
Siguiendo la rutina de esta clase de films, el protagonista se compromete con su trabajo, al punto de incurrir en algunas conductas extremas para que los criminales no sospechen de él. También queda en evidencia que así como “malos” pueden tener códigos y corazón (en especial, cuando se trata de la familia), los “buenos” comienzan a sentir que son devorados por su peligroso entorno y por sus propias falsas personalidades. El director Brad Furman, especialista en largometrajes con personajes sobreviviendo en ambientes hostiles –Apuesta Máxima (Runner Runner, 2013)-, sabe darle pulso a las secuencias más intensas y a las explosiones de violencia. Más de un detalle (las dualidades, algunos asesinatos, el uso de la música) remite al estilo de Scorsese, ya erigido como el faro de esta clase de relatos, sin llegar ni a la cita descarada ni al nivel de genialidad del director de Buenos Muchachos (Goodfellas, 1990) y Casino (1995).
Aunque muchos lo seguirán recordando como Walter White / Heisenberg en Breaking Bad, Bryan Cranston supo consolidarse como actor y despegarse de la serie; su nominación al Oscar por interpretar al guionista Dalton Trumbo en Regreso con Gloria (Trumbo, 2015) es la mejor muestra. El Infiltrado le permite volver, un rato, a un universo como el de BB, ahora del lado correcto de la ley: Mazur / Musella un hombre recto, afable, familiero, pero que no duda en arriesgarse con tal de cumplir su misión. Cranston hace suyo el rol y se carga la película al hombro. A su alrededor, un sólido elenco secundario, donde se destacan John Leguizamo en el papel de un oficial ya habituado a desempeñarse de manera encubierta, llegando a provocar las dudas de sus propios colegas, y un imperdible Yul Vazquez componiendo a un traficante bisexual evitando los clichés. Mención especial para Olympia Dukakis, que descontractura sus escenas gracias a su carisma.
El Infiltrado no será recordado como uno de los grandes exponentes del cine con “topos”, pero nunca deja de ser un thriller cumplidor y vibrante.