Desde que tengo recuerdos, siempre quise ser un gangster – Henry Hill
Con esas palabras y la fanfarria de Tony Bennett «Rags to Richies» comenzaba Goodfellas (1990) y lo que pronto sería el inicio de la trilogía Clásica Gangster de Martin Scorsese.
En Boxcar Bertha (1972) y, aún más definido en Mean Streets (1973), Scorsese da sus comienzos sobre las relaciones en el crimen y de aquellos lazos sobre amistad pero tentando la suerte con el negocio y la traición. En alta gamma de violencia pero solo en su necesidad, mostrando cuando tiene que mostrar y ocultando hasta el momento preciso del disparo cuando tiene que catalizar, el muchacho de Queens deja en The Irishman todo lo que tiene: su proyecto más personal, con sus actores favoritos por excelencia (Robert De Niro, Joe Pesci, Harvey Keitel y sumándose a sus tropas Al Pacino, entre otras caras conocidas de su filmografía) y acompañado por – su amiga y ejecutiva montajista – Thelma Schoonmaker; plus, Rodrigo Prieto, un gran director de fotografía – afiliado a su pasado The Wolf of Wall Street –, que disfruta de su trabajo y no de sus galardones. The Irishman tiene lo mejor de lo mejor.
The Irishman presenta la excepción de la regla en la filmografía de Scorsese ya que hay un narrador protagonista que no se contenta con contar la mitad de su vida ordinaria – al menos a simple vista – sino que va todo el camino, all the way. Frank Sheeran vive las consecuencias directas e indirectas de su vida y todo esto es puesto en marcha en primer plano con De Niro – gastado, quebrado y anciano – rememorando, desde un cuestionado pero concreto punto de vista, su vida como matón del clan Bufalino y su amistad con Jimmy Hoffa (Pacino).
Sheeran es único, es un sobreviviente, un hombre que vivió en su ley y no por un sueño de niñez, sino por la costumbre del deber. Como veterano de guerra – Frank fue soldado en la Segunda Guerra Mundial – Sheeran sigue las reglas al pie de la letra; cumpliendo objetivos y respetando ese poder supremo – que va cambiando de forma tras las diferentes decadas -. Para debatir: Si vemos detrás de las lineas de este sobreviviente, plagado de recuerdos y rodeado de nostalgia, observamos a un hombre que nunca pudo superar el arte de la guerra.
Más allá de todo por fin vemos un relato que pertenece únicamente a De Niro. Anteriormente en Goodfellas el mando pertenecía a Ray Liotta (personificando un carismatico Henry Hill); En Casino (1995) el show era compartido con Pesci; en The Irishman el mando es de Bob. Scorsese se encarga que la mirada quede sólo en el personaje de De Niro, se encuentra un desliz de observación (un vuelto extra de Pesci como Bufalino) pero no se pierde el enfoque. Es una película que muestra costumbres – respeta ese fuego sagrado del código mafioso – y se adapta para entrelazar la mirada sobre las vivencias sindicales de la época. Pacino ruge como Jimmy Hoffa y es un deleite verlo a la orden de Scorsese; entre una década de puntos bajos Pacino muestra un Hoffa que por más que falle en parecido, deslumbra por su interpretación – concretamente Scorsese ofreció un semi-campo libre para que Pacino improvisara lineas -. Al da cátedra como un diablo-santo en un infierno sagrado; un grandioso actor que sabe poner punto y aparte en sus errores e inicia un nuevo y revitalizado párrafo cómo nunca antes.
Después está Pesci, que en esta ocasión es un instrumento de mediación entre bandos. Acostumbrado a roles de «mafiosos dinamita» Pesci recurre al silencio en un rol que ordena con miradas claras y las palabras están de sobra; un rol que va con su edad y es un cambio radical para lo que estamos acostumbrados a ver en este actor que resurgió de su retiro auto impuesto. Además da placer que Joe haya vuelto para un proyecto de esta magnitud, a la orden y codo a codo de sus amigos. Una de las mejores escenas de la película es sin dudas cuando tenemos a De Niro, Pascino, Pesci, Keitel, Graham y Lombardozzi en plena fiesta y lo que menos importa, es la fiesta en sí – las miradas matan -; pero claro, Pacino y Anna Paquin se ofrecen al valls y con eso está todo dicho.
Los manerismos cambian al mismo tiempo que las décadas y se observa como estas leyendas del cine se adaptan a ese cambio; sutiles modificaciones se van dando tras el avance del tiempo. El letargo se hace presente pero justamente esto posibilita analizar como poco a poco las situaciones y decisiones de los protagonistas van afectando sus destinos. De Niro, Pacino y Pesci excepcionalmente funcionan como un motor conjunto que al dañarse – por el destino – sigue pero con secuelas irreparables; los tres actores merecen mención pero Pacino entra y sale de la película como un ganador.
La presencia invisible de Thelma Schoonmaker se presenta en cada escena, cada corte y cada efecto emotivo; la película dura 209 minutos y es lo que es gracias a esta aliada legendaria de Martin Scorsese. Probablemente The Irishman es la película más impactante – emocionalmente hablando y quitando las controversias pasadas – que Scorsese tiene en su haber. Con estilo absoluto y en un trabajo en conjunto de Thelma y Martin The Irishman se siente como un legado fantástico que quita el aliento, una película hermosa que está hecha por amor al cine, a las historias ocultas de tiempos pasados, la amistad y los sacrificios. Todo en 209 minutos…
209 minutos que exploran aspectos de una vida repleta de lamentos ocultos, y la verdad, su duración… ¿a quién le importa?; las mejores películas nos demuestran como uno puede disfrutar y adentrarse en una experiencia maravillosa y perderse en ese mundo artificial nuevo, un mundo tan real que formamos parte de él desde el primer minuto que tomamos asiento y The Irishman logra eso, algo que contadas veces vamos a poder ser testigos y que al pasar los años lamentamos no poder descubrirlo como si fuera la primera vez, con ojos nuevos. Hay que agradecer a Martin Scorsese por esto. Una epopeya épica que abarca décadas con enormes talentos, tecnología de punta (que sin estos mencionados talentos no serviría de nada), simplemente hay que ver para creer.
Dos semanas en cines – un pecado – y ya disponible en Netlix, la última película de Martin Scorsese es imperdible y llega en el trazo final del año. Se roba todo, deja una huella profunda y invita a ser descubierta una y otra vez por cada detalle asombroso – nuevamente, el amor al cine – que tiene. La mejor película del año y para destacar entre lo mejor que nos dio esta década, además, sólo se trata de algo simple: un hombre que «pinta casas». Valoración: Excelente.