La corrupción política es tan pornográfica que la realidad siempre supera la ficción. Ezequiel C.Inzaghi lo sabe y quiso ir por todo en "El jardín de la clase media". Es allí donde mostró una suerte de caricatura de la política, pero lo hizo con trazos tan gruesos que su mensaje perdió nitidez, se desdibujó. Claudio Sayago (Cáceres) es precandidato a diputado nacional y para llegar al poder tendrá que sacarse un muerto de encima. Pero literal. Para el caso, es una muerta. Porque un buen día le plantan un cadaver decapitado en el jardín de su casa (¿habrá surgido allí la idea del título?) y él deberá sortear obstáculos cada vez mayores para salir ileso y convertirse en alguien digno para el voto de la gente. Pero para cristalizar esta idea, Inzaghi plantó otros "muertos" en la trama, que son las una y mil vueltas de tuerca de entramados políticos, roscas, vendetas y hasta alguna que otra historia de amor, que termina generando una ensalada agridulce, que no es ni agria ni dulce. Las frases redonditas de los personajes son tan contundentes como poco creíbles y la figura estereotipada del político villano se asemeja al Guasón de un comic. O sea, es demasiado. Quizá con un poco más de sutileza la película salvaba la ropa, pero eso es una decisión del director. Y la realidad le sigue ganando a la ficción.