Trabajo infantil y guerras preventivas.
Cualquier adulto que haya visto un teenploitation de las características de El Juego de Ender (Ender’s Game, 2013) en una sala tradicional podrá atestiguar sobre la relativa eficacia de este tipo de productos y la consiguiente obsesión de Hollywood relacionada con seguir perfeccionándolos para captar a más y más subsectores de este nicho tan redituable del mercado. Por supuesto que el principal problema radica en el ámbito cualitativo, específicamente en el poco empeño puesto -por parte de la industria- en la magna tarea de evadir fórmulas gastadas y apuntalar proyectos valiosos que ofrezcan una mínima novedad.
Así las cosas, bien podríamos decir que en la escala gradual que separa lo insoportable de lo realmente interesante, la película en cuestión se ubica en un punto medio con tantos ítems en contra como a favor. Dentro de la primera categoría, la historia recurre al clásico “camino del héroe” aunque hoy en el contexto de una amenaza alienígena, con un Estado por demás paranoico y una serie inacabable de referencias cristianas, en esta ocasión más procedimentales que místicas. El manojo de clichés se sostiene durante casi todo relato y no permite un verdadero desarrollo de personajes por fuera del cúmulo de diálogos severos.