Capitalistas con corazón
Hay una tradición silenciosa que siempre pugna por salir y lo hace dentro de la producción adocenada de películas. Es la tradición del cine de las segundas oportunidades (también entroncada en ese subgénero de los Has been: personajes que supieron ser alguien en el pasadom pero el tiempo arrasó con ellos), buscadores de redención de algún tipo (aunque en muchos casos no la consigan, como en la brillante Fat City, de John Huston).
En ese submundo de personajes con un pasado de gloria se encuentra la sorprendente El juego de la fortuna (título poco feliz). Allí donde la bendita tradición demanda épica, heroísmo, fuerza de voluntad (algo que podemos reconocer en varias Rocky sin lugar a dudas), aquí es especulación, compra-venta de cuerpos y almas, presiones y un sistema diseñado para ahorrarle millones a los capitalistas inversores en el deporte. En este sentido, la película se rige por un principio elemental de la recientemente re-estrenada El Padrino: “no es nada personal, sólo son negocios”.
Pero así como El juego de la fortuna abraza el credo capitalista sin dudarlo un segundo (notable la escena en donde el protagonista, Brad Pitt, enseña a su asesor a despedir a los jugadores que el club debe vender o intercambiar), también es una película noble, ausente de todo golpe bajo, conciente de la doble moral de los personajes que tiene en su centro. Esa capacidad la diferencia de las especulaciones moralistas más tradicionalmente maniqueas (la elección entre “los negocios o la vida” sin ir más lejos), optando por una gama rica en grises y semitonos, que se reconocen puntualmente en las subtramas de la película: las relaciones entre pares en el equipo, por ejemplo, pero sobre todo la relación entre el protagonista (Pitt) y su hija, que es de una delicadeza y dulzura triste bastante ausente en el mainstream más tradicional.
De ahí que el béisbol como excusa del ascenso funcione como caja de resonancia pública de las miserias privadas. En esa interrelación entre lo privado-público es donde la película se erige como visión compleja, problemática y apasionante, intentando dar cuenta de cómo el dinero vehicula relaciones entre personas. Pero no es el dinero como anatema, sino como un integrante indispensable de las relaciones humanas. Esa osadía -la de aceptar cómo la circulación del capital modela emociones contradictorias entre personas- la convierte en un extraño producto: la épica de los burócratas éticos. En definitiva, un OVNI cinematográfico en forma de estreno de relleno.