Robert McCall vuelve a la carga, sin la calva de la primera película, pero también sin un pelo de zonzo como para resolver de un puñetazo cualquier injusticia que se le presente al paso. Mientras que en el primer filme McCall (Washington, en un papel a su medida) se inmiscuía en la mafia rusa para salvar a una joven prostituta, aquí Antoine Fuqua toma algo de esa idea pero va un poco más allá. Es que este ex agente de la CIA devenido en taxista no puede evitar ponerse el traje de superhéroe, pese a que elude la capa y la máscara. Primero logrará recuperar de las malas amistades a un joven vecino y hará un desparramo quebrando dedos, brazos y cuellos en pocos segundos. Y después vendrá la apuesta más arriesgada. Su amiga Susan Plummer (Melissa Leo), ex agente de la CIA y la primera en estar al pie del cañón para acompañarlo en el duelo tras la muerte de su esposa, es asesinada en medio de una misión en Bruselas. Aquí McCall utilizará todo su potencial y su furia y hurgará hasta lo más profundo para encontrar a los culpables. Lo grave es que descubrirá que el jefe de esa brigada asesina no es otro que un ex compañero del servicio de inteligencia del Estado. Fuqua vuelve a apostar al thriller, pero lo hará con una trama atractiva y sensible, que lleva de las narices al espectador hasta un final que no da respiro. Denzel Washington se pone la película al hombro y hace lo suficiente para que nadie salga defraudado del cine.