Todo comenzó en “Identidad desconocida”, cuando un hombre amnésico, rescatado de las frías aguas del mar, resultó ser uno de los agentes más peligrosos y entrenados de todo el planeta. Decidido a eliminarlo, una división secreta del gobierno de los Estados Unidos fracasó en reiteradas oportunidades en lograr este objetivo, aunque dejó a Jason Bourne herido física y sentimentalmente. La sombra de su poder de camuflaje y de su cuerpo como el arma mortal que lo defiende de sus enemigos, continúa rondando por los canales de noticias que pretenden dar con alguna pista que indique su paradero actual. Pero Jason sólo era la punta del iceberg. Nunca fue el único agente con estas capacidades de súper hombre: un programa bioquímico se encontraba desarrollando espías con cualidades superiores a la de todo ser humano y ahora, amenazados por el factor Bourne, decidieron cancelar el proyecto asesinado a todos los que de algún modo estuvieron involucrados en el mismo. Alex Cross, a punto de terminar su entrenamiento, no permitirá ser eliminado como un insecto y luchará por derribar a la corporación siguiendo los pasos de Bourne.
Sin Matt Damon como protagonista, aunque su figura es como un espectro que se pasea a lo largo de las poco más de dos horas de película, los realizadores decidieron ceder el trono a Jeremy Renner (Vivir al límite, Los Vengadores) preciso, convincente y más que adecuado para ocupar el rol protagónico en esta suerte de reboot de la saga. Acompañado por Rachel Weisz, siempre bella en su rol de damisela en peligro, Edward Norton como el ¿malo? de turno en algunas escasas escenas, y Oscar Isaac, pieza clave en desvelar algunos indicios al comienzo del relato, esta cuarta entrega comienza a dar signos de agotamiento para la saga. Más allá de las excelentes persecuciones, las peleas cuerpo a cuerpo y los misterios que se clarifican de a poco, todo parece indicar que la historia de Bourne está llegando a su fin.