Guillermo del Toro es talentoso, devoto del género fantástico y, sobre todo, un artista hiperactivo. Además de dirigir sus propias películas (y de co-escribir novelas, crear series de televisión, diseñar videojuegos y un largo e interesante etcétera), produce y es el consultor creativo de film animados. Lo hizo con trabajos de Dreamworks Animation, como Megamente, Gato con Botas y El Origen de los Guardianes. Y ahora, en un film en sintonía con sus raíces latinas: El Libro de la Vida.
Cada 2 de noviembre, en un pueblito del centro de México, los espíritus de los muertos regresan al mundo de los vivos. También se aparecen La Muerte, a cargo del sector de los Recordados (donde todo es una fiesta interminable), y de Xibalba, amo y señor del tenebroso reino de los difuntos olvidados. Justo pasan cerca tres niños: Manolo, Joaquín y María. Los varones tratan de llamar la atención de la niña. La Muerte y Xibalba apuestan por cuál de los dos se quedará con ella. Pasan los años, y el trío de jóvenes, ya cerca de la adultez, y tras una larga ausencia de la ahora muy bella María, retoman la relación. Las cuestiones sentimentales son más evidentes que nunca, y el astuto Xibalba será capaz de todo con tal de ganar la apuesta, que le permitirá apoderase de los dominios de La Muerte. ¿Podrá el amor imponerse entre tantas manipulaciones?
Si bien está dirigida por Jorge R. Gutiérrez, tiene el sello de Del Toro: mundos mágicos que co-existen con el nuestro, antihéroes que deben superar grandes pruebas y confiar en sus propias capacidades, apetito por el arte de narrar y una imaginación desbordante. Con respecto a este último aspecto, se destaca la creación de una ciudad que funciona como un eterno Día de los Muertos, la colorida y famosa celebración mexicana que supo inspirar a otro film animado: El Cadáver de la Novia, de Tim Burton. La esencia de la festividad es capturada y expandida con mucho respeto, valiéndose de delirio visual y apuntando a cautivar al público de todo el globo.
Lejos de un enfoque realista, y más a tono con el carácter de los mitos y de las leyendas, la estética es propia del folclore mexicano. Para empezar, los personajes son muñecos y marionetas. Se aprecia en sus texturas, en sus articulaciones visibles, en rasgos exagerados a propósito. Así y todo, no dejan de tener su personalidad y resulta imposible no identificarse con sus anhelos y sus sentimientos, sus logros y sus oscuridades.
Estamos ante una película divertida, de pura imaginación, aventura y romance, lejos de las típicas animaciones del momento, que celebra tanto la vida como la muerte (sobre todo, la muerte, poniendo énfasis en su costado más alegre y menos depresivo), y que confirma el estupendo olfato de Guillermo del Toro para brindarle su apoyo a determinados proyectos. Su nombre sigue siendo garantía de creatividad e imaginación.