Profecías del cuchillo
Los hermanos Albert y Allen Hughes regresan al cine luego de nueve largos años con El libro de los secretos (The Book of Eli, 2010), una suerte de western post apocalíptico propenso a las alegorías religiosas. Al igual que en Desde el infierno (From Hell, 2001), aquí tratan de construir un relato dinámico que respete los cánones del género en cuestión y al mismo tiempo no sacrifique “seriedad” (la interpretación es libre...). Nuevamente el ejercicio no sale del todo bien pero la profesionalidad técnica del dúo hace que el convite valga la pena: el resultado entretiene a pesar de tomarse demasiado en serio a sí mismo.
Denzel Washington compone al Eli del título original, otro personaje recio y elegante de esos a los que nos tiene acostumbrados (sólo basta decir que desde hace 30 años recorre un mundo devastado por un holocausto bélico y ni por un segundo es capaz de sacarse los anteojos oscuros...). En un contexto general que recuerda a Mad Max 2 (1981) por la sensación de amenaza continua y los enfrentamientos con aires místicos, la trama se centra en el viaje de este profeta itinerante con cuchillos muy afilados: contradicciones de por medio, el hombre es todo un pacifista new age aunque no teme derramar sangre a su paso.
Así las cosas, su tesoro más preciado es un libro por el que está dispuesto a entregar su vida (o más bien la de los demás...). Los directores trabajan con gran eficacia el apartado visual y las coreografías de los duelos, destacándose en especial la falsa toma secuencia del tiroteo en la casa de la pareja de ancianos. Algunas falencias del guión de Gary Whitta están compensadas por la excelente labor del elenco: como la antítesis del protagonista tenemos a Gary Oldman, una vez más regalando un psicópata maquiavélico, y hasta nos topamos con pequeñas participaciones de genios absolutos como Malcolm McDowell y Tom Waits.
Más allá de la ausencia de ideas novedosas y la sobrecarga de proselitismo cristiano, el film permite pensar el rol de la religión en la construcción político- social de un estado a la vez que ofrece ejemplos “positivos” y “negativos” al respecto (a fin de cuentas no hay muchas diferencias entre Washington y Oldman...). De hecho, los Hughes en buena medida esquivan el típico maniqueísmo de Hollywood y la intolerancia extrema de los fanáticos de la fe, refritando Fahrenheit 451 (1966) y el espíritu de los spaghetti westerns. Aunque el desenlace se prolonga más de lo debido, el giro mesiánico por suerte no llega a lo risible...