Jack London es uno de mis escritores favoritos. Recuerdo siempre un cuento que se llama La Hoguera en el que se cuenta el proceso del frío en el cuerpo y lo que va apagando en el personaje. Su perro guía y él están cada vez más cerca de petrificarse y no pude parar de evocarlo mientras miraba esta película.
Liam Neeson es Ottaway, un cazador en el punto más recóndito del mapa en Alaska, que solamente quiere correr de la vida que tenía y ya no tiene. Lo que piensa de la gente que vive a su alrededor no es mucho mejor pero cuando se estrella un avión y sólo siete sobrevive, las cosas cambian.
No es sólo lo bien que está pensado el accidente y cómo logran retratarlo a partir de una cámara muy pendiente de Ottaway (lo cual hace que si los efectos fallaban, no se arruine el momento) sino que cómo cambian los roles termina definiendo dinámicas de grupo muy interesantes.
Tenemos dos posturas de líder: la del civilizado versus el salvaje, el religioso y la mano derecha, etc. Los personajes se presentan como una idea de funcionalidad para que todos sobrevivan ya que no sólo tienen que enfrentarse al frío, sino también a una manada de lobos que los están asechando.
Si están pensando que se parece a “Viven”, en un momento hasta juegan tan bien con eso que uno de los personajes menciona la película. Otro tema interesante es que no conocemos quienes son esos personajes en la vida cotidiana hasta bien avanzado el film.
La película tiene un muy buen ritmo y las elecciones del director Joe Carnahan, quien también estuvo a cargo del guión, son las de apoyarse en las habilidades de Liam Neeson. Muchos primeros planos, casi sin aire y pocas veces respetando los márgenes de la cara, una buena banda sonora, una utilización de la voz en off que termina de teñir el relato de nostalgia…y uno sabe que en cualquier momento, o muere un hombre o muere un lobo.
El resultado final es poderoso. Lástima que Liam se nos está poniendo viejo para seguir haciendo de Rambo por el bosque porque cumple muy, muy bien ese papel.