El western, más vivo que nunca
En los años noventa, la conjunción de Johnny Depp y Tim Burton trajo consigo películas entretenidas, familiares, un tanto delirantes, con una tonalidad a medio camino entre lo lúgubre y lo infantil. Se tomaba la posta de Spielberg para la creación de espectáculos distintos, fantasiosos, creativos y logrados con creatividad, empuje y mucha cinefilia. Burton, con Depp como fetiche, creó un universo fílmico personal, cambiándole la cara al mainstream y cimentándose un pequeño y merecido espacio en la historia del cine.
En lo que va del siglo, parecería haber cambiado uno de los integrantes del tándem. Aunque Burton sigue en carrera (y Depp lo acompaña) el director pareció echarse mucha tierra sobre sí mismo con sus últimas Alicia en el país de las maravillas y Sombras tenebrosas, y hoy el más fantasioso -y de a ratos ciertamente oscuro- cine de acción y aventuras parecería haber quedado en las manos de Depp y el director Gore Verbinski. Los logros son sólidos, la trilogía de Piratas del caribe tiene grandes momentos y la animación Rango compitió dignamente con los exponentes actuales del género. Con esta nueva película la dupla se supera, y con creces.
Si tomamos a los personajes feos, sucios y desagradables -aunque simpáticos a su manera- de Piratas del caribe, la acción desatada e imparable de Indiana Jones, cierta oscuridad a lo Burton –nótese el genial detalle de los conejos caníbales- y sumamos los gags a lo Buster Keaton y el humor delirante que ya parecerían ser la marca de fábrica de Verbinski, lo agitamos bien y lo volcamos en el siempre atractivo terreno del western, tendremos una aproximación de lo que vendría a ser esta película. Cine de matiné puro y duro, con olor a pop y a refresco, una montaña rusa que no se detiene por dos horas y media y de la que no querríamos bajar. Las escenas de apertura y de cierre tienen lugar en un parque de diversiones: toda una declaración de intenciones.
Por supuesto que se echa mano a fórmulas. La rastrera traición y la cruzada vengativa; los protagonistas que pertenecen a distintos mundos y que pasan media película peleándose hasta que se sobrepone la amistad; el villano pérfido que no pierde la oportunidad de matar a quien no le gusta –sea del bando contrario o del suyo propio-; la captura de uno de los integrantes de la dupla; la chica engañada y secuestrada a la que hay que ir a rescatar. Pero cada uno de estos lugares comunes es llevado adelante con buen ritmo, mucha gracia y con detalles atractivos y originales. Por más que los villanos (brillantes William Fichtner y Tom Wilkinson) sean estereotipos, su mérito está precisamente en ser tan desagradables, y finalmente la moraleja anárquica contra la ley y el progreso, de tan naif hasta despierta cierta simpatía.
Sobre el final, una larga y vertiginosa secuencia a toda velocidad y sobre un tren, al frenético compás de la finale de Rossini y con un montaje paralelo que muestra distintas contiendas al mismo tiempo, merece ser ingresada en una antología de las mejores escenas de acción jamás filmadas. Que viva el cine.
Publicado en Brecha el 26/7/2013