PUEBLO CHICO, MAESTRO GRANDE
Natalio es maestro en un pequeño pueblo del interior del país. Vive con su madre, y se entrega con entusiasmo a su trabajo, en donde parece ser un docente querido y respetado. No puede evitar cierta predilección por Miguel, el hijo de la mujer que trabaja en su casa, un niño maltratado tanto por sus compañeros de clase, como por el novio de su madre, quien constantemente lo insulta y lo insta a defenderse, a pelear como macho. Natalio trata de ayudarlo y le da clases particulares, al tiempo que organiza la muestra anual de teatro y se hace cargo de su madre, una mujer de salud frágil que nunca duda en indagar y entrometerse en la vida de su hijo. Todo transcurre de manera bastante rutinaria, pero a partir de la llegada al pueblo de Juani, un viejo conocido del maestro, comienzan a revelarse los prejuicios y la intolerancia de una comunidad que no entiende ni acepta la relación entre estos dos hombres.
Filmada en la localidad salteña de La Merced, la película de Cristina Tamagnini y Julián Dabien es, por un lado, la evocación de una figura entrañable: el maestro de pueblo, ese personaje de la infancia que es también un poco como un padre, preocupado por transmitir su cultura y sus valores, capaz de articular la enseñanza con el juego y de ser el refugio de las realidades, a veces difíciles, de cada hogar. Por el otro, es el retrato de algunos hombres que no pueden aceptar el amor entre Natalio y Juani, y que al sentir amenazadas sus instituciones primitivas, se organizan para que el maestro desaparezca de las vidas de sus hijos. Y si bien en esta caza de brujas también participan las madres de los chicos (claro que no todas), son los padres los que imponen su visión sesgada y machista del asunto, los que terminan por aplastar cualquier intento de apoyo a Natalio. El caso más evidente es el de Susana, la mamá de Miguel, que abrazada a su hijo termina por aceptar que las acusaciones contra el maestro carecen de sentido.
Si bien sigue un camino bastante previsible, y algunas de las situaciones y de los personajes no pasan de lo esquemático, El maestro consigue integrar con éxito sus partes: logra escapar de la denuncia subrayada y burda, y también de la tentación de evocar con desmesura e idealización la figura del docente. Con una duración que apenas supera la hora, no hay lugar para los excesos, y en ese sentido la película es una propuesta correcta, puntual y en cierto modo también discreta.
La interpretación notable y mesurada de Diego Velázquez le agrega ciertas sutilezas al personaje de Natalio, un hombre que vive su sexualidad como un secreto, pero que esquiva la autocompasión y hace de su trabajo una forma de vida. El resto de los personajes, aún aquellos que tienen intérpretes solventes prestándoles el cuerpo y la voz, no logran pasar de un delineado funcional a la historia. Incluso Juani, interpretado por Ezequiel Tronconi, o la madre de Natalio, en la piel de Georgina Parpagnoli, se quedan a mitad de camino, y esto quizás se deba a un guion que se concentra alrededor de Natalio y que decide quedarse solo con lo indispensable. Lo que, a fin de cuentas, es acorde a esta película pequeña, honesta, y que en su brevedad y en su contención termina por aprobar. Con lo justo, aunque en este caso tampoco hace falta más.