Luces brillantes de ciudad
Ya era tiempo de que el británico Edgar Wright regresase a ese terror y a esa fantasía cruel y sobrenatural que tantas alegrías nos dieron en ocasión de la llamada Trilogía Cornetto o Trilogía de los Tres Sabores Cornetto, chiste interno por la recurrencia en las películas de turno del postre helado del título utilizado como una “cura” para la resaca, hablamos de Muertos de Risa (Shaun of the Dead, 2004), reformulación desde el campo de la comedia absurda, social o cuasi costumbrista de aquellos zombies de George A. Romero y Lucio Fulci en sintonía con lo hecho por Dan O’Bannon en El Regreso de los Muertos Vivos (The Return of the Living Dead, 1985), Arma Fatal (Hot Fuzz, 2007), recordada parodia del terror folklórico inglés de El Hombre de Mimbre (The Wicker Man, 1973), de Robin Hardy, Sangre en la Garra de Satán (The Blood on Satan’s Claw, 1971), opus de Piers Haggard, y Cuando Arden las Brujas (Witchfinder General, 1968), de Michael Reeves, y Bienvenidos al Fin del Mundo (The World’s End, 2013), relectura de la ciencia ficción paranoica de La Invasión de los Usurpadores de Cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, 1956), de Don Siegel, y su primera remake de 1978, aquella muy interesante de Philip Kaufman, más diversos motivos del John Carpenter de La Cosa (The Thing, 1982) y ¡Sobreviven! (They Live, 1988). El resto de la producción artística del director y guionista asimismo es bastante digna aunque no llega al nivel de sus mejores trabajos, léase Muertos de Risa y Arma Fatal, pensemos que en el variopinto lote en cuestión encontramos tanto nuevas reinterpretaciones de recursos harto probados en el pasado, como su ópera prima Un Puñado de Dedos (A Fistful of Fingers, 1995), parodia cariñosa del spaghetti western y la Trilogía del Dólar de Sergio Leone, Don’t (2007), trailer humorístico falso para Grindhouse (2007) a lo slasher bien frenético, y Baby: El Aprendiz del Crimen (Baby Driver, 2017), homenaje a las heist movies de conductores especializados en fugas, rubro que va desde The Driver (1978), de Walter Hill, hasta Drive (2011), de Nicolas Winding Refn, como rarezas en línea con Scott Pilgrim vs. los ex de la Chica de sus Sueños (Scott Pilgrim vs. the World, 2010), exégesis más o menos explícita/ tácita de los ecosistemas de los videojuegos y los videoclips, y Los Hermanos Spark (The Sparks Brothers, 2021), excelente documental sobre Sparks, mítico dúo norteamericano de synth pop y art rock compuesto por los freaks Ron y Russell Mael.
Si bien, como decíamos, la vuelta de Wright al ruedo ficcional, El Misterio de Soho (Last Night in Soho, 2021), constituye un retorno al horror ampuloso de antaño, vale aclarar que la entonación narrativa en esta oportunidad es diametralmente opuesta porque el humor negro y algo sonso de la Trilogía Cornetto desaparece al cien por ciento y por ello lo que tenemos ante nosotros es una relectura seria, pesadillesca y más tradicional del género, especie de mixtura enrevesada aunque bastante armoniosa del J-Horror de fines del Siglo XX y principios del siguiente, pero ahora con muchos fantasmas en simultáneo y todos lookeados y comportándose como muertos vivientes, el giallo del “espantoso mundo de la moda” símil Seis Mujeres para el Asesino (Sei Donne per l’Assassino, 1964), de Mario Bava, y “estudiante femenina en problemas” modelo Suspiria (1977), de Dario Argento, más detalles varios de Rojo Profundo (Profondo Rosso, 1975) e Infierno (Inferno, 1980), ambas también de Argento, y del neogiallo de Peter Strickland y los franceses Hélène Cattet y Bruno Forzani, y finalmente el thriller psicológico depalmiano que no le escapa a los traumas de larga data a lo Peeping Tom (1960), joya de Michael Powell, y Venecia Rojo Shocking (Don’t Look Now, 1973), de Nicolas Roeg. La historia es extremadamente simple: Eloise (Thomasin McKenzie), nieta de la adorable Peggy (esa legendaria Rita Tushingham) e hija de una pobre fémina que se suicidó por locura y a la que continúa viendo reflejada en espejos (Aimee Cassettari), ama la cultura y sobre todo la ropa y música de la década del 60 y viaja desde el interior británico hacia Londres con el anhelo de convertirse en diseñadora de moda, no obstante siente rechazo hacia su compañera universitaria de cuarto, la esnob Jocasta (Synnøve Karlsen), y así se muda a un dormitorio propiedad de la Señora Collins (la querida Diana Rigg) y consigue trabajo atendiendo la barra de un pub mientras inicia un romance con un colega estudiante, el negro John (Michael Ajao), flamante etapa de su vida que a su vez se va cayendo a pedazos debido a sueños/ visiones que experimenta durante las noches en la habitación y que la llevan a asumir otra personalidad, la bella Sandie (Anya Taylor-Joy), una aspirante a cantante en aquellos Swinging Sixties londinenses que termina en un cabaret y prostituyéndose a instancias de su novio y proxeneta, el maquiavélico Jack (Matt Smith), quien encima parece haberla asesinado a cuchillazos por su eterna rebeldía.
Indudablemente en El Misterio de Soho, coescrita junto a Krysty Wilson-Cairns, conocida por haber firmado además el guión de 1917 (2019), de Sam Mendes, Wright por un lado sigue la estela de películas recientes acerca del costado caníbal y bastante sadomasoquista de la fama, el mainstream y el ambiente artístico y cultural en general, muy cerca de The Neon Demon (2016), de Nicolas Winding Refn, Starry Eyes (2014), obra de Kevin Kölsch y Dennis Widmyer, y El Cisne Negro (Black Swan, 2010), de Darren Aronofsky, y por el otro lado satiriza en primer plano el apego de la industria audiovisual mundial de nuestros días para con la nostalgia mercantilizada y en segundo lugar toda esa idealización hueca del propio público en relación a tiempos que no vivieron o a los que acceden sólo de manera muy fragmentaria mediante manifestaciones simbólicas o artísticas de tipo museísticas, por ello Eloise descubre que la manipulación y la esclavitud son atemporales y también abarcan a sus adorados 60 de la mano de su alter ego o doppelgänger atribulado, Sandie, planteo que genera una antiromantización interpretativa y una evidente confusión identitaria que sobrepasa la mera referencia a El Extraño Caso del Doctor Jekyll y el Señor Hyde (Strange Case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde, 1886), de Robert Louis Stevenson, ya que el personaje de McKenzie incluso malinterpreta la información y confunde a un caballero del presente (el magistral Terence Stamp), quien parece reconocerla cuando se tiñe de rubio para emular a Sandie símil Vértigo (1958), de Alfred Hitchcock, con una encarnación avejentada de Jack cuando en realidad es un policía retirado que pretendió auxiliar en su momento a nuestra joven meretriz. Entre citas al paso a films como Operación Trueno (Thunderball, 1965), de Terence Young, y a las temáticamente semejantes Desayuno en Tiffany’s (Breakfast at Tiffany’s, 1961), de Blake Edwards, Darling (1965), de John Schlesinger, y Sweet Charity (1969), de Bob Fosse, todas odiseas de utopías femeninas destruidas y una erotización que cosifica y en paralelo funciona como un atajo profesional, El Misterio de Soho, otra alusión sutil a una existencia reluciente que esconde peligrosidad y muchas frustraciones vía la zona londinense del título, célebre por su agitada vida nocturna, combina viaje en el tiempo retromaníaco, fantasía melómana macabra y un cuento de hadas para adultos de advertencia sobre este fetichismo nostálgico del montón, tan reduccionista como ingenuo y superficial.
El director no sólo extiende el suspenso con sabiduría todo lo que puede en torno a quién es quién en esta dupla protagónica, por supuesto en esencia apuntando a una Eloise que sería Jekyll y una Sandie destinada a convertirse en Hyde, víctima que parece mutar en heroína aunque termina siendo verdugo resentido y algo misándrico, sino que además aprovecha lo que tienen para ofrecer McKenzie, ya vista en Leave No Trace (2018), de Debra Granik, El Rey (The King, 2019), de David Michôd, Jojo Rabbit (2019), de Taika Waititi, Viejos (Old, 2021), de M. Night Shyamalan, y El Poder del Perro (The Power of the Dog, 2021), de Jane Campion, y en especial la magnífica Taylor-Joy, aquella de La Bruja (The Witch: A New-England Folktale, 2015), maravilla de Robert Eggers, Morgan (2016), de Luke Scott, Fragmentado (Split, 2016), de Shyamalan, Purasangres (Thoroughbreds, 2017), de Cory Finley, Secretos Ocultos (Marrowbone, 2017), de Sergio G. Sánchez, y Gambito de Dama (The Queen’s Gambit, 2020), la extraordinaria miniserie de Scott Frank y Allan Scott para Netflix. Más allá del muy buen trabajo en música incidental de Steven Price y en fotografía de Chung Chung-hoon, colaborador asiduo del genial Park Chan-wook, una vez más llama la atención el dinamismo visual y sonoro apabullante de un Wright por suerte aquí bastante más contenido o cauteloso que de costumbre con la idea de imponer un quid de clasicismo paradójicamente iconoclasta y dejar que se luzca la cauta selección musical reglamentaria, destacándose sobre todo lo hecho con temazos como A World Without Love (1964), de Peter and Gordon, Starstruck (1968), de The Kinks, Got My Mind Set on You (1962), de James Ray, Downtown (1964), de Petula Clark, Happy House (1980), de Siouxsie and the Banshees, y la canción que le da el nombre a la película, una no muy conocida de 1968 de Dave Dee, Dozy, Beaky, Mick & Tich que el realizador destina a la secuencia de créditos finales. El Misterio de Soho analiza la corrupción de aquellas “luces brillantes de ciudad” a las que apuntaba Ray Davies en Starstruck con ironía alarmante y da nueva vida a premisas antiquísimas hoy más que nunca inspiradas en la enajenación antiinstitucional y surrealista de la Trilogía de los Departamentos de Roman Polanski, esa de Repulsión (1965), El Bebé de Rosemary (Rosemary’s Baby, 1968) y El Inquilino (Le Locataire, 1976), gran basamento de una fábula de crecimiento individual a los tumbos y de una angustia apenas contenida…