Agridulce fábula búlgara sobre la identidad y la memoria perdidas
Esta historia del muchacho búlgaro que de chico escapó con sus padres de la dictadura de su país para instalarse en Alemania, y cuyo regreso al pueblo natal veinte años después se ve imprevistamente trunco por un accidente que lo deja huérfano y amnésico, podría sugerir una lectura alegórica: aunque voluntariamente, también perdieron la memoria de ese pasado muchos disidentes que se vieron obligados al exilio.
Pero en un plano más próximo está la historia humana, personal. La del muchacho sin pasado que aparece un mal día en una cama de hospital sin saber siquiera su nombre, y sobre todo, la del abuelo -el rey del backgammon, un prócer para todos en su pueblito búlgaro, un ídolo para el nieto al que contagió la pasión del juego y un sospechoso para los vigilantes del régimen que sabían de sus rebeldías-, que al enterarse del accidente vuela a Alemania con la intención de llevarlo de vuelta a Bulgaria, ayudarlo a recuperar la identidad y las raíces y darle (sobre una ética inspirada en la estrategia del backgammon) las armas para que pueda elegir su propio camino en la vida. En el país donde nació, en el que se educó o en donde él decida.
El largo viaje que comparten (en tándem) es de formación, pero también aviva los recuerdos, de modo que el film va y viene continuamente en el tiempo para intercalar, en medio de la acción actual, escenas que reconstruyen la historia del muchacho y sus padres, desde la sencilla vida pueblerina, la obligada fuga y la penosa condición de los refugiados hasta los vínculos solidarios que se crean en la adversidad. Este doble eje narrativo amplía la anécdota, pero muchas veces produce dispersiones y alteraciones de tono que la muy académica dirección de Komandarev no consigue dominar del todo.
El film, que apunta a la emoción y no siempre evita la apelación sentimental y el exceso de azúcar, tiene dos atractivos principales: uno, su belleza visual, debida tanto a los espectaculares paisajes europeos como a la estupenda fotografía de Emil Hristov; el otro, la presencia del carismático Manu Manojlovic como el abuelo afectuoso, enérgico, vivaz y travieso que conoce el valor de los placeres de la vida y enseña a disfrutarlos con la misma pasión con que transmite los secretos del backgammon. Gracias a la palpitante humanidad que le confiere el actor serbio (recordado intérprete de Underground y Como barril de pólvora) , el personaje se convierte en el verdadero protagonista del film y compensa en parte sus altibajos.