El muñeco diabólico

Crítica de Anabella Longhi - La Prensa

En época de secuelas, remakes y reboots, las franquicias de terror no se quedaron afuera y, como "Halloween", que tuvo su continuación el año pasado, o "La masacre de Texas", con su precuela de 2017, ahora "El muñeco diabólico" -otro slasher clásico- estrena su nueva versión.
En este reinicio, Chucky -con voz de Mark Hamill- se ve diferente: es bastante menos encantador y siniestro. Si el muñeco a batería del filme de los "80 era poseído por un asesino a través de un acto vudú, el contemporáneo, programado por un operario de una fábrica vietnamita para que actúe sin filtro, funciona por medio de internet y con tecnología inteligente.

El juguete llega al supermercado donde trabaja Karen (Aubrey Plaza) luego de que un cliente lo devuelva por "desperfectos técnicos". Antes de que lo desechen, Karen decide regalárselo a su solitario hijo, Andy (Gabriel Bateman).

LO PEDIS, LO TENES
A partir de la aparición de Chucky en la vida de Andy ambos se vuelven inseparables, pero el panorama se enturbia cuando el niño verbaliza algunos "deseos" y el muñeco los malinterpreta. Chucky encuentra maneras creativas de deshacerse de los problemas que tanto afectan al protagonista, como por ejemplo su gato arisco o el nuevo novio de la madre.

El filme dirigido por el noruego Lars Klevberg ("Polaroid") retoma la historia de "Chucky: el muñeco diabólico", la primera entrega de siete, y la potencia con escenas gore y cómicas. Entre esos dos géneros el director encuentra el tono de la película sin desbarrancar.

"El muñeco diabólico" recupera también algunas características de las películas de aventuras de los "80 en las que un grupo de chicos tiene que unirse para hacerle frente, en este caso, a Chucky ante la incredulidad de los adultos. Pero pese a este tinte nostálgico, el largometraje de Klevberg no logra superar al original, aunque sí cumple el objetivo de presentar al público centennial uno de los personajes más icónicos del slasher.