Y un día volvió. El muñeco diabólico que surgió en 1988 volvió recargado y con una dosis de botox. Y no sólo el rostro del muñeco está modificado, la historia también. A diferencia de la película original, este nuevo Chucky, en lugar de estar poseído por el espíritu de un asesino, es un modelo defectuoso de la nueva línea de juguetes que cuenta con una programación basada en inteligencia artificial y tiene la habilidad de conectarse con los electrodomésticos del hogar. Y de recordar las palabras de su amo.
Lo cierto es que este “mejor amigo” llamado “buddie” es capaz de hacer todo para defender a su pequeño dueño. El gran inconveniente es que el código de programación del muñeco fue hackeado para eliminar sus protocolos de seguridad. A partir de este error, Chucky se volverá de lo más maligno y tomará cada cuchillo que vea para defender a su “amigo fiel”. La trama es una clara adaptación a estos tiempos 2.0 pero con una impronta bizarra que causa más que miedo, muchísima risa.
Las metodologías para asesinar a sus víctimas son muy creativas y abundan de sangre. Pero no sólo hay escenas violentas, por momentos también hay dosis de ternura, porque al fin y al cabo, Chucky es un pequeño muñeco que intenta hacer las cosas bien, pero claro, a su manera.