Conocida la premisa, la sorpresa es que El Niño no es una película malísima. Tiene sus momentos de tensión y alivio cómico intencional. Lauren Cohan (¿no habrán conseguido a Michelle Monaghan?) interpreta muy bien a (Greta) la niñera del muñeco y le dá una interesante vuelta a su personaje a partir del segundo acto. Pese que al filme no le faltan tropos del género y los paralelos con otras películas sobran.
Una joven estadounidense con un problemático pasado de alguna manera encuentra trabajo en una casa de campo inglesa en la que ha sido contratada para trabajar como niñera. Cuando llega, se le dice que a su cargo no estará en realidad un niño, sino un muñeco que se parece a un niño de 8 años de edad, ¿hilarity ensues?, no, el muñeco -Brahms- tiene una estricta rutina diaria y una lista de reglas que deben seguirse, incluyendo preferencias musicales, régimen alimenticio y un beso de buenas noches antes de acostarse.
Una vez que se han establecido las reglas, el guión no se despega de ellas, una coherencia que le permite jugar con la historia sin caer en el ridículo. Los “padres” de Brahms se van de vacaciones, dejando a Greta sola en la casa con el muñeco. Greta adopta una comprensible actitud desdeñosa a toda la idea de “cuidar” a Brahms, Greta descuida las reglas, y Brahms queda abandonado en un rincón.
Muy pronto, como un Gremlin de porcelana, el maldito Brahms comienza a actuar. Inicialmente aterrada, Greta pronto se vuelve extrañamente comprensiva con el niño. A partir de ahí, la historia toma un par de vueltas que retienen el interés del espectador, ya embestido en el cuento. El Niño funciona por mérito propio, más allá de las películas a las cuales remite y en los clichés que abreva. Y comprueba una vez más que los muñecos siguen metiendo miedo.