Genealogía del buen dormir
El séptimo largometraje del genial Christopher Nolan es una obra maestra de enormes proporciones que reconfirma todos los éxitos artísticos de su predecesora Batman- El Caballero de la Noche (The Dark Knight, 2008). Aquí el inglés no sólo dirige sino que además escribe en solitario y produce junto a su colaboradora habitual, nada menos que su esposa Emma Thomas. El Origen (Inception, 2010) nos propone un mundo en el que es posible sustraer ideas, datos o criterios mediante sueños colectivos en los que la mente de los durmientes interactúan en base a contextos muy susceptibles a la manipulación. Así las cosas, todo funciona a través de un dispositivo portátil que inyecta un fluido especial por vía intravenosa para conectar entre sí las psiquis de los involucrados. Por supuesto que esta tecnología generó aplicaciones non sanctas como la “implantación” de nociones ajenas al sujeto, lo que eventualmente podría engendrar modificaciones varias en su sistema racional.
Los primeros minutos del convite ya presentan a las claras los caminos a seguir: Cobb (Leonardo DiCaprio) es un extractor que con la ayuda de su mano derecha Arthur (Joseph Gordon-Levitt) se dedica al espionaje industrial. Juntos están en una operación secreta, robar información al millonario japonés Saito (Ken Watanabe), que deben abortar de improviso cuando el susodicho descubre el plan por el entrometimiento de la proyección inconsciente de Mal (Marion Cotillard), la esposa muerta de Cobb. A pesar de que en un primer momento pueden escapar, pronto son interceptados por Saito quien les ofrece un nuevo trabajo: aprovechando que Cobb es un fugitivo de las autoridades estadounidenses y que desea con desesperación regresar a su país para reencontrarse con sus hijos, el asiático promete resolver inmediatamente su situación legal a cambio de que ejecute un “inception” -una introducción de un concepto- que garantice la destrucción de una multinacional rival.
Conviene no adelantar más del film y dejar que el espectador descubra los pormenores de tamaña tarea que por cierto resulta fascinante. Sólo un cineasta del talento de Nolan puede reunir y certificar interpretaciones maravillosas a cargo de un elenco que incluye participaciones de Michael Caine, Pete Postlethwaite, Tom Berenger, Ellen Page, Cillian Murphy, Tom Hardy y Dileep Rao. La elegante multiplicidad de la película abre el rango estilístico a numerosas referencias cruzadas: tenemos desde elementos en común con las primigenias Following (1998) y Memento (2000), pasando por una estructura deudora de las denominadas “caper movies” (opus centrados en atracos) y un entorno general de ciencia ficción posmoderna (el conflicto “virtualidad versus realidad”), llegando hasta citas astutas ahora reconvertidas en ejes de la narración; en este sentido se destaca la alusión a la bella El Discreto Encanto de la Burguesía (The Discreet Charm of the Bourgeoisie, 1972).
Precisamente la ambición de la trama es uno de los factores claves en un desarrollo expositivo más que complejo que pone al descubierto cuán involuntarios son muchos de nuestros comportamientos y faenas cotidianas. Amparado en una infinidad de paradojas emocionales y la misma inaprehensión de los mecanismos profundos del intelecto, el director de a poco traduce la metáfora y la metonimia lacanianas (o la condensación y el desplazamiento según Freud), en tanto leyes del inconsciente, en un esquema destinado al entretenimiento masivo pero respetando con inusual sapiencia dichos principios. A lo largo de sus 148 minutos la propuesta va construyendo un cóctel que tiene su punto de ebullición durante el extraordinario desenlace, el cual en esta oportunidad rompe todas las barreras cinematográficas al extenderse por casi una hora en función de cinco niveles oníricos simultáneos en donde la estrategia del “sueño dentro del sueño” llega a su cúspide máxima.
La exquisita meticulosidad de cada plano, el esfuerzo volcado en la puesta en escena y la ya clásica edición entre epiléptica y enajenada son apenas indicios de una lógica profesional símil Stanley Kubrick que combina la destreza técnica y una incomparable disposición hacia los interrogantes ontológicos del devenir social. Como nadie en la actualidad, Nolan sabe inyectar sentimientos auténticos en la historia sin nunca perder el rigor -por momentos hasta metafísico- del relato. Con los CGI discurriendo de manera imperceptible por sobre las hermosísimas imágenes, mantiene la tensión gracias a personajes vulnerables y en especial elige privilegiar la fotografía de Wally Pfister y la majestuosa banda sonora de Hans Zimmer. El Origen es en última instancia una genealogía irónica del buen dormir que derrocha imaginación e inteligencia a raudales, torciendo la ecuación tanto hacia los efectos del pasado como a los procesos cognitivos que escapan a nuestro mísero control consciente.