Julián Giulianelli escribe y dirige esta historia chiquita sobre un verano que será igual al resto, en el que dos personajes se encuentran de un modo inesperado.
Rodrigo (Guillermo Pfening) tiene a su cargo un conjunto de cabañas que se alquilan con fines turísticos en las Sierras de Córdoba. Cabañas que en realidad le pertenecen a su padre pero él las trabaja. Poco antes de que se acerque la temporada, Rodrigo tiene que asegurarse de que se arreglen y se pinten, de que estén presentables y listas para recibir clientes.
Mientras maneja su auto, solo, en medio de la ruta, distraído probablemente por la relación rara que tiene con su novia (una lugareña que trabaja en un bar), atropella a un joven recién llegado de Buenos Aires, Juan (Juan Ciancio). En realidad el incidente es menor y no deja secuelas pero sí les permite a ellos dos conocerse.
Si bien el muchacho no deja en claro qué está haciendo ahí (por qué llegaría de Buenos Aires sin alguna razón importante ni conocer a nadie del lugar), lo cierto es que Juan busca un trabajo y Rodrigo ve la oportunidad que necesitaba para poner en condiciones sus cabañas.
Este segundo largometraje de Giulianelli, luego de Puentes, es una película chiquita y con la trama sucede lo mismo. El director y guionista retrata a estos dos personajes interactuando entre sí, pero también con su alrededor.
Rodrigo tiene una novia pero la relación no parece ir del todo bien y él termina prefiriendo ahogar sus penas en alcohol, lo que luego lo hace reaccionar de maneras poco agradables. Juan es adolescente y cuando ve a una linda muchacha llegar para hospedarse junto a su familia la busca hasta que de a poco se permiten ir conociéndose. En el medio, la relación entre Rodrigo y Juan se va afianzando entre cervezas, guitarreadas y el trabajo con las remodelaciones.
Hasta que cerca del final sucede algo que lleva al espectador a indagar un poco más en ciertos indicios y se podrá entender un poco mejor ciertas motivaciones.