Anthony Hopkins nos ofrece una vez más una actuación magistral en el primer largometraje de Florian Zeller, drama laberíntico a puerta cerrada sobre la vejez y el desvanecimiento de la memoria.
Adaptada de la obra de teatro escrita por el mismo Florian Zeller, El padre (The Father, 2020) podría efectivamente ser una obra de teatro clásica: pocos personajes, un solo escenario, una acción reducida. Tal como en el teatro, los personajes entran y salen de cuadro y la narración se sostiene en un mismo espacio, que se va transformando gracias a numerosos elementos de decoración.
En la película, este espacio es el amplio y cómodo departamento londinense donde vive Anthony (Anthony Hopkins), truculento hombre de ochenta años, junto a su razonable hija Anne (Olivia Colman). El dilema principal aparece casi de entrada: Anthony tiene episodios de confusión más y más frecuentes y Anne tiene que tomar una decisión para su futuro (el de ella y el de su padre). ¿Puede seguir cuidándolo y poner en jaque sus proyectos propios o prefiere mandarlo a una institución, a costa de perderlo un poco más? Este planteamiento es el de una tragedia griega: no hay solución adecuada, sólo resoluciones imperfectas.
Es en la construcción de un tiempo particular, inscripto en las imágenes y en su ritmo, donde el poder del cine entra en juego y hace que la película se eleve y proponga algo más que la teatralidad del argumento. Estructurada según el punto de vista de Anthony, que poco a poco pierde la memoria, El padre tiene, como su mente, una estructura elíptica, hecha de agujeros y de vacíos. Eso permite perdernos, confundirnos, dando por momentos un tono de thriller a la atmósfera: ¿Vemos lo que él percibe o será posible que eso sea la simple realidad?
Volviéndonos detectives, sometemos entonces cada detalle del departamento - que se transforma con sus recuerdos, y donde los diferentes tiempos se superponen de manera desenfrenada - a una revisión exhaustiva. En este laberinto donde el tiempo se vuelve circular, Anthony no tiene más certezas: empieza a dudar de todo lo que le rodea, hasta de su hija, y poco a poco de él también.
A medida que vamos avanzando en las profundidades de la mente de Anthony, la ingeniosa edición (a cargo de Yorgos Lamprinos) corre el velo de unas zonas de sombra, haciendo de la película una experiencia vertiginosa.
Es una suerte que este vértigo se pueda vivir en la experiencia común de la sala de cine, en pantalla grande, atrapadxs en este departamento junto a Anthony Hopkins.