Discreción y delicadeza en un film
El actor Louis-Do de Lencquesaing protagoniza esta película sobre las formas de la paternidad
En una temprana escena del film, el protagonista, un productor independiente de inquebrantable entusiasmo, le comenta a su mujer que un miembro de su equipo se ha quitado la vida una semana atrás. "¿Por qué no me lo contaste antes", le reclama ella. "Esas cosas pasan", le responde él con toda naturalidad, como si le dijera: "La vida continúa". Es el espíritu de Gregoire Canvel, figura inspirada en un modelo real (el productor Hubert Balsan, cuyo compromiso apasionado con el cine más renovador y menos comercial sostuvo las carreras de Youssef Chahine, Elia Suleiman y muchos otros directores), y el que guía El padre de mis hijos : la mirada apunta siempre hacia adelante. Nada, ni el violento impacto de un hecho doloroso e inesperado que aparentemente dividirá la historia en dos mitades (pero es expuesto con la distancia y el tono mesurado que adopta todo el relato y que excluye cualquier apunte trágico o melodramático), hará que ese espíritu claudique. Tampoco es casual que la película se cierre con el "Qué será será", de Doris Day.
Al fin, si Canvel vive en un vértigo permanente donde sobran celulares, cigarrillos, corridas, consultas, actores que necesitan contención, banqueros o proveedores que reclaman pagos e intervalos de dulce intimidad que puede compartir con una familia que le pide más tiempo, es porque esa hiperactividad lo hace feliz. Es un hombre lleno de proyectos, amante de su oficio, generoso, persuasivo, tan carismático y dispuesto a resolver problemas como a asumir, aun con sus fragilidades, el rol de padre. De sus hijos y de los que integran su otra familia, la del cine. Como Balsan.
Es, claro, la figura dominante de la película (fue un gran acierto confiar el personaje a Louis-Do de Lencquesaing), y debe serlo para que después su ausencia lo haga todavía más visible. Y para que Mia Hansen-Love pueda hablar, a un mismo tiempo y con la misma discreción y la misma sutileza, del duelo, de la transmisión de un legado -humano, artístico- que no debe perderse, de un cine independiente sostenido a fuerza de coraje y determinación, y de las formas de la paternidad. Puede haber cierto quiebre entre la primera parte y la segunda, más reflexiva y quizás algo extensa -donde cobran importancia las figuras de Chiara Caselli, la esposa, y de Alice de Lencquesaing, la hija mayor (en la vida y en la ficción) del protagonista-, pero es probable que la tibia emoción que se ha ido filtrando de a poco en este film-homenaje perdure en el ánimo del espectador sensible.