Una disputa territorial
Buena parte del Hollywood de nuestros días se la pasa refritando absolutamente todo lo que llega a sus manos con la intención de sacarle su contenido polémico o crítico o enrevesado o siquiera caótico, con el objetivo manifiesto de dejar sólo una máscara de clichés ya ampliamente digeridos y pasados por el tamiz de una corrección política multitarget que pretende acrecentar el público potencial hasta el límite de la impersonalización total de las obras, algo así como la “panacea económica” según los payasos de marketing que controlan los grandes estudios norteamericanos hoy en día. Entre la mediocridad de la prensa que convalida cuanto bodrio llega a las pantallas (pensemos en los films de superhéroes) y una mayoría de espectadores anestesiados (que aplauden como tristes focas el entretenimiento escapista), el enclave infantil suele caer en un terreno cualitativo intermedio no tan horrible.
De movida hay que reconocer que si bien El Pájaro Loco: La Película (Woody Woodpecker, 2017) dista mucho de ser una propuesta en verdad interesante, tampoco llega a ser el mamarracho soporífero al que estaba destinada a convertirse: basta con aclarar que hablamos de una adaptación aggiornada del popular personaje creado por Walter Lantz y Ben Hardaway en 1940, ahora combinando live action con la infaltable dosis de CGI. En otra de las paradojas de la industria cultural contemporánea, el trabajo resultante apunta a niños chiquitos que de seguro no conocerán a la legendaria ave, dejando afuera de la ecuación a los veteranos que sí podrían identificar alguno de los rasgos del personaje (dicho sea de paso, no queda mucho a lo que asirse a nivel emocional porque este nuevo Pájaro Loco se parece a cualquier otra figura animada hiperquinética y locuaz de la actualidad).
La historia pasa por la mudanza del abogado citadino Lance Walters (Timothy Omundson) a una región boscosa cercana a la frontera de Estados Unidos con Canadá, donde construirá una finca -sobre un terreno heredado de su abuelo- para luego venderla con una jugosa ganancia de por medio. El hombre pretendía trasladarse sólo con su novia Vanessa (la bella Thaila Ayala), aunque se ve obligado a llevar también a su pequeño hijo Tommy (Graham Verchere) cuando aparece su ex esposa Linda (Emily Holmes) diciendo que debe ir a velar por su padre enfermo y no tiene con quien dejar al chico. Así las cosas, el trío de a poco descubrirá que está invadiendo el hábitat del señor emplumado del título, último espécimen del “pájaro carpintero norteamericano” y por ello mismo blanco de los hermanos cazadores furtivos/ embalsamadores Nate (Scott McNeil) y Ottis Grimes (Adrian Glynn McMorran).
Quizás el mayor problema del convite sea que no agrega nada significativo a lo ya hecho mil veces antes en este rubro súper trillado de los relatos infantiles que mezclan las aventuras, la comedia, la conciencia ecológica y algún que otro detalle dramático de amistad y/ o descubrimiento individual, ahora bajo la forma de la banda de rock -de unos niños de un pueblo de las inmediaciones- a la que se acopla Tommy. Los chistes del ave en cuestión (con la voz de Eric Bauza) son un tanto grasientos y todo sabe a rancio, incluidos el par de villanos, los Grimes. Las situaciones más semejantes a los cortos originales de mediados del siglo pasado se dan con motivo de los intentos del Pájaro Loco en pos de detener la construcción de la vivienda, ardides antiquísimos pero por lo menos capaces de despertar sonrisas aisladas aquí y allá. Rutinaria a más no poder aunque sin llegar a ser decididamente insoportable, la película está condenada al olvido como casi todo lo que genera el mainstream del presente gracias a su apego hacia el arte de reciclar y reciclar…