En tiempos en que la fobia a los spoilers invade todo tipo de conversación, El pasado que nos une no parece ser el mejor título local para esta remake de Después del casamiento, la película danesa de Susanne Bier que fue nominada al Oscar como mejor película extranjera en 2007.
El cineasta Bart Freundlich le cambia el género a los personajes del original y se apoya demasiado en sus vueltas de tuerca sensibleras en esta historia centrada en una mujer que dejó todo para dirigir un hogar en la India (Michelle Williams), pero se encuentra con más de una sorpresa al llegar a Nueva York en busca de la financiación millonaria de una empresaria (Julianne Moore) casada con un artista plástico (Billy Crudup) en el fin de semana del casamiento de la hija de ellos (Abby Quinn).
El director aprovecha esos sacudones emocionales de los personajes no tanto para dejar boquiabierto al espectador con las revelaciones, sino para darles espacio de lucimiento a sus protagonistas con actuaciones intensas donde, por lo general, se miden el progresismo a los gritos
El pasado que nos une se convierte enseguida en una especie de sucesión de esos clips emocionales que la Academia usa para exhibir a sus nominados al Oscar.
Esas escenas enérgicas se amontonan unas tras otras sin que importe demasiado la narración, y mucho menos los padecimientos de ese Tercer mundo disparador de la trama que enseguida queda postergado por los problemas personales de este póquer de personajes con un estatus social acomodado.
Williams, Moore, Crudup y Quinn le ponen el cuerpo con un compromiso incondicional a las manipulaciones emocionales de una película que se desentiende rápido de las diferencias de clase con un par de ironías burdas.
Freundlich ya había dejado bien claro de entrada que tampoco le interesaba buscar sutilezas desde lo formal al contrastar la paleta de colores de Calcuta con la de Nueva York o recurrir a cámaras en grúas y drones en toda escena donde fuera físicamente posible.