Crónica de una muerte anunciada
El patrón, radiografía de un crimen es la primera película de ficción del hasta ahora documentalista Sebastián Schindel (realizador de Mundo Alas, Rerum Novarum, entre otras) y cabe destacar que en el film se nota su mirada documental.
Tal como el título lo indica, esta película es la radiografía, la exposición de un crimen, donde se comienza por el momento en el que el crimen ya fue realizado, y se va alternando el relato entre el presente del asesino y el pasado, para así explicar que lo llevó a cometer tal hecho, que recordemos, ocurrió en nuestro país en la década del ochenta.
El sueño (sud)americano
Schindel nos presenta a Hermógenes Saldivar (Joaquín Furriel), un hombre de unos treinta y pico de años que llega desde Santiago del Estero a Buenos Aires junto a su esposa Gladis (Monica Lairana) en busca de mejores oportunidades laborales. Allí empieza a trabajar en una carnicería como ayudante pero al poco tiempo lo trasladan a otra carnicería para que sea el encargado y único carnicero.
¿Quién decide esto?
Latuada, su patrón (Luis Ziembrowski), que oficia de cuatrero mafioso, dueño de varias “sucursales” en las que para ahorrar dinero, compra carne fresca y la mezcla con otra que está a punto de podrirse, llegando al punto de incluso comprar/robar carne que bromatología decomisa justamente por mal estado.
Descomposición moral
Así el patrón se mueve impunemente por la vida, transando, negociando o simplemente matoneando a quien se interponga en sus negocios y en el medio está Hermógenes que por medio de Latuada y su secuaz (Germán de Silva) va conociendo los trucos para conservar e ir maquillando la mercancía menos fresca, para que se vea y huela -gracias a ciertos productos de limpieza- como carne en buen estado. Tales trucos obligan a Hermógenes a silenciar sus principios y su moral para así poder conservar su vivienda y su trabajo, ya que dicho personaje aclara reiteradas veces que es inapto (inepto) para cualquier trabajo más formal, tal como el gobierno provincial lo etiquetó al momento de alistarse para el servicio militar.
De esta forma, la vida del protagonista y su esposa -quien comienza a trabajar como mucama en la casa de Latuada- se va complicando cada vez más: primero por las presiones y maltratos del patrón y luego por las quejas de los vecinos sobre el estado de los alimentos.
Hermógenes es por naturaleza pasivo, calmo, callado, pero Gladis -que está embarazada- no y es ella quien intenta que él “abra los ojos” y decida irse nuevamente a su provincia, ya que tal como le explica, no pueden soportar ese maltrato ni seguir intoxicando a los vecinos, para mantener la explotación humillante disfrazada de trabajo que ambos están padeciendo.
Tanto directa como indirectamente Schindel nos muestra y narra que al igual que la carne, la integridad de los hombres, de algunos hombres, se va deteriorando, descomponiendo y contaminando todo a su alrededor, en el afán por el poder. Ese mismo poder, que a veces nos da la ilusión de ser mejores que otros y por ende, tener el derecho de maltratar y ejercer violencia -tanto verbal como física- frente a personas que objetivamos al punto de tratarlos como esclavizables.
Las fallas del sistema
El final ya lo sabemos: un día Latuada insiste para que Santiago -así es como el patrón llama a Furriel- venda la carne putrefacta que obtuvo de bromatología, sin importarle las consecuencias sanitarias que esto pueda causar. Ese es el límite de Hermógenes, y ese es el fin de la tiranía regenteada por el patrón.
Entre flashbacks y flashforwards, vemos al santiageño someterse al proceso judicial por el asesinato, a la vez que reitera que debe pagar por el pecado mortal que cometió.
Hermógenes no tiene recursos para contratar un abogado, por lo que el Estado le designa un defensor público, que por supuesto no hace ni el más mínimo esfuerzo en defenderlo porque…bueno porque es un cliente que no paga, simplemente por eso. Mediante algunos favores judiciales, Marcelo Di Giovanni (Guillermo Pfening) toma el caso y poco a poco se interioriza en la cruda realidad que este joven y los suyos, afrontan, donde no sólo los derechos laborales están vulnerados, sino también los derechos de cada ser humano.
En definitiva, el film de Sebastián Schindel es una excelente e impactante historia sobre la explotación y la corrupción que tristemente aún en nuestros días se repite y que además pone en evidencia una vez más a un sistema judicial que falla en la contención y defensa de los que menos recursos tienen. Sin caer en facilismos ni lugares comunes que apelen al golpe bajo, las actuaciones son espectaculares destacándose el rol de Furriel y su maravillosa caracterización que transmite a la perfección lo que siente y lo que sufre Hermógenes Saldivar.