Vaivenes del amor y peces de colores
Un cuento de los hermanos Grimm según la libre adaptación de la realizadora alemana Doris Dörrie
Luminosa y efervescente, con su llamativo y brillante colorido y su irresistible apelación visual, El pescador y su mujer entra por los ojos al mismo tiempo que seduce con su ritmo jovial y sus personajes encantadores. Es casi un sello del estimulante cine de Doris Dörrie, sobre todo desde que Sabiduría garantizada generó en ella una verdadera fascinación por Japón. Otro sello -que viene de su primer gran éxito, Hombres - está en su inteligencia para examinar la conducta femenina y las complejas relaciones entre hombres y mujeres. Ambos están presentes otra vez en esta (libre) adaptación de aquella fábula de los hermanos Grimm sobre el pescador que se topa con un príncipe encantado convertido en pez, y en especial sobre la insaciable ambición de su mujer, que nunca se contenta por más que Su Acuática Alteza satisfaga cada uno de sus inagotables deseos.
En una elección no del todo feliz, Dörrie suma dos narradores en una pecera: son humanos convertidos en peces en castigo por su fracaso matrimonial y sólo se librarán del hechizo si otra pareja sabe conservar su amor. Por ejemplo, la protagónica, que empieza de la mejor manera. Ella -alemana de origen rumano- está en Japón inspirándose para sus diseños. El, alemán, veterinario sensible y enamorado de la naturaleza, anda con un amigo-colega mucho más ambicioso en busca de peces raros para vendérselos a un millonario alemán. El flechazo es inmediato: se casan en Japón y se van a vivir a una modesta carpa en Alemania.
El es de esos tipos que son felices con lo que tienen. Ella siempre quiere más. Y mientras una entra en una vorágine de hiperactividad cuando el mercado aplaude sus creaciones (inspiradas en los peces japoneses) y promete convertirla en una reina de la moda, el otro desatiende su profesión para cuidar de la casa y del hijo.
Los desencuentros abundan y todo indica que la fábula va a repetirse. Pero no es eso lo que importa sino lo que Dörrie pone en juego para contarlo: sentido del humor; bastante agudeza para señalar comportamientos y burlarse del consumo; gracia y precisión para definir personajes secundarios. Quizá sus observaciones no sean esta vez tan filosas como en otros casos, pero el film divierte, cautiva con sus imágenes y se gana la adhesión del espectador gracias a un par de actores irreemplazables: Alexandra María Lara y Christian Ulmen.