El furor del financista
La excelente labor de Matthew McConaughey es prácticamente la única característica destacable de El Poder de la Ambición, una propuesta que invoca los engranajes del cine de aventuras para luego perderse en su propia inoperancia retórica…
Frente a un caso como el de El Poder de la Ambición (Gold, 2016), una película de por sí despareja y con demasiados problemas, llama mucho la atención que nadie del equipo de realización le haya avisado a Matthew McConaughey que su entrega no se condice con la inestabilidad del film y su naturaleza conservadora: dicho de otro modo, a medida que avanzamos en el metraje queda claro que el estadounidense pensó que esta epopeya sería una suerte de “cúspide” de su carrera, algo que se deduce de su extraordinario desempeño actoral. De hecho, el presente opus de Stephen Gaghan, responsable del guión de Traffic (2000) y de haber escrito y dirigido Syriana (2005), nos obliga a desdoblar la apreciación en dos partes, la primera vinculada al trabajo del protagonista excluyente y la segunda al cúmulo de torpezas narrativas en las que termina aprisionada la historia indefectiblemente.
Para comprender el despliegue del actor debemos sumariar la trama, la cual se concentra en una exploración minera en pos de oro en las junglas de Indonesia -durante los últimos años de la década del 80 del siglo pasado- encabezada por Kenny Wells (McConaughey) y el geólogo Michael Acosta (Edgar Ramírez). El primero es un pobre tipo que nunca renunció a la tradición/ experiencia de su familia en el rubro y por ello decide financiar la labor del segundo, circunstancia que los hace atravesar un periplo colorido e irregular que abarca las durísimas condiciones de la selva, el eventual hallazgo de oro y la conformación de una burbuja bursátil alrededor del yacimiento. McConaughey, que aumentó de peso para el personaje, construye un Wells siempre al borde de la autodestrucción, mezclando en partes iguales a Jack Nicholson, Hunter S. Thompson y el Leonardo DiCaprio más desenfrenado.
Ahora bien, más allá del hecho innegable de que el guión de Patrick Massett y John Zinman se percibe endeble y reiterativo ya que respeta al pie de la letra los pormenores de la fábula del sueño americano y -en el fondo- nos hace preguntarnos acerca de por qué no se le permitió y/ o solicitó al propio director corregir la historia, indudablemente a Gaghan asimismo le cabe la responsabilidad en torno a las deficiencias en el acabado final de la película. Los 121 minutos de metraje resultan excesivos porque el relato recurre de manera cíclica a una edición bastante obtusa que desdibuja las transiciones entre las secuencias vía saltos temporales mal resueltos, un ritmo narrativo errático y una tendencia exasperante a musicalizar cada remate de cada situación con canciones que quedan o redundantes o un tanto fuera de lugar, reforzando la sensación de estar ante una ensalada mal condimentada.
Si bien la premisa es interesante y nos reenvía a varias obras maestras de aventuras de John Huston, como por ejemplo El Tesoro de Sierra Madre (The Treasure of the Sierra Madre, 1948) y El Hombre que Sería Rey (The Man Who Would Be King, 1975), aquí todo el asunto se va licuando progresivamente a medida que las buenas intenciones de base se transforman en inconvenientes insalvables que -para colmo- en ocasiones llegan a rozar el aburrimiento. Por suerte el film ofrece otro aliciente más que complementa lo hecho por McConaughey en el campo de la visceralidad interpretativa: nos referimos a la presencia de la maravillosa Bryce Dallas Howard en el rol de Kay, la pareja de Wells, algo así como el contrapeso sensato del furor y la arrogancia del protagonista. Con un desarrollo que deja en el tintero muchas posibilidades, El Poder de la Ambición es una oportunidad malograda…