Quemando la basura…
La profusión de la información en la sociedad de nuestros días generó -entre tantas otras consecuencias paradójicas- que en buena medida se anule la capacidad de sorpresa de un público cada vez más conformista, que si bien tiene a su alcance una oferta cultural muy vasta que no se equipara a la de cualquier otro período de la humanidad, sigue prefiriendo los caminos más cómodos del mainstream y la lógica de “si tal producto cultural no está amparado por los medios masivos, mejor no apoyarlo”. El conservadurismo artístico hace que cada nicho del mercado se mantenga estable y la enorme mayoría de los consumidores elija los mismos productos, al tiempo que la prensa trasnochada ayuda a prorrogar este esquema a fuerza de celebrar las fórmulas más regresivas del cine. Por suerte de vez en cuando nos topamos con una anomalía como la presente, que deja a todos desconcertados.
El Poder de la Moda (The Dressmaker, 2015) es una película australiana que propone una combinación sumamente bizarra de géneros, a saber: el western de venganza, el drama romántico, la comedia sobrecargada y la parodia costumbrista alrededor de la premisa “pueblo chico, infierno grande”. Una despampanante Kate Winslet interpreta a Myrtle Dunnage, una mujer que en 1951 regresa a Dungatar, una comarca desolada y lindante con el desierto, para ajustar cuentas con todos aquellos vecinos que le amargaron la vida. El trasfondo que enmarca la historia pasa por los recuerdos borrosos de la muerte de un niño décadas atrás, cuando ella era objeto de golpes y humillaciones por parte de distintos personajes del lugar. Ahora reconvertida en una modista con pedigrí parisino, utilizará su aptitud para destacarse de la mediocridad que la rodea con vistas a dilucidar lo que ocurrió.
Aquí se dan cita dos factores: en primera instancia tenemos un pulso narrativo trabajado desde el contraste por la realizadora y guionista Jocelyn Moorhouse, y en segundo término está el excelente desempeño del elenco en su conjunto. En lo que hace al primer punto, conviene aclarar desde el vamos que la superposición de registros a lo largo de cada escena por lo general desemboca en un saldo positivo a nivel cualitativo, ya que construye un verosímil ciclotímico y de lo más interesante (también hay que explicitar que en algunos momentos el mismo mecanismo cae en redundancias y estereotipos aislados). Sin duda la fuerza matriz del relato es la labor de Winslet, quien se impone como una heroína enérgica y frágil a la vez, capaz de poner al pueblito en la palma de su mano y luego verse envuelta en las artimañas de siempre de los locales (con los chismes bobos y la envidia a la cabeza).
Entre los secundarios se destacan Judy Davis como Molly (la madre mentalmente inestable de la protagonista), Hugo Weaving en la piel del Sargento Farrat (un policía que esconde su travestismo), Liam Hemsworth como Teddy McSwiney (el interés romántico de turno) y la hermosa Sarah Snook en el rol de Gertrude Pratt (primera clienta de Myrtle). Considerando semejante seleccionado de actores, y el maravilloso trabajo de Marion Boyce y Margot Wilson en lo que atañe al diseño de vestuario, no es de extrañar que el film sorprenda gracias a su desparpajo y eventualmente llegue a buen puerto, a pesar de que Moorhouse no logra cuadrar del todo la multitud de engranajes que constituyen la idiosincrasia del opus. En El Poder de la Moda nos topamos con una “revancha total” símil spaghetti western, un concepto provocador que implica destruir por completo los residuos retrógrados sociales…