Después de consagrarse con Gilda, no me arrepiento de este amor, Lorena Muñoz vuelve a apostar a una biopic sobre un artista musical nacional de trágica y temprana muerte: Rodrigo “El Potro” Bueno.
“El Potro” fue un fenómeno. Rodrigo, un músico que hacía cuarteto -género de origen cordobés asociado a las bailantas-, de repente se encontraba llenando trece Luna Park. Ya los boliches le quedaban chicos. Pero cuando estaba ahí arriba, en la cumbre, un accidente de tránsito le quitó la vida. Probablemente muchos recordemos aquel 24 de junio del 2000 y la imagen de la camioneta blanca.
Escrita nuevamente por la directora Lorena Muñoz junto a Tamara Viñes, El Potro, lo mejor del amor narra la historia de este muchacho desde sus comienzos: un chico humilde que se hizo de abajo, que pasó de ensayar en su cuarto a algunas presentaciones televisivas y boliches hasta irse a Buenos Aires y convertirse en el fenómeno que conocimos.
El guion plantea varios aspectos de su vida en su primera parte y así deambula entre la relación con sus padres, con las mujeres y con el trabajo, a veces sin poder él lograr un balance necesario entre cada uno de ellos. Pero si bien se exponen muchas cosas, no todas terminan desarrolladas con el mismo éxito. Quizás porque el enfoque principal está en los primeros años y no tanto en aquella parte que todos conocemos o de la cual nos acordamos bastante. No obstante se siente que se podría haber desarrollado un poco más, por ejemplo, cómo es que Rodrigo llega al Luna Park, más allá de que es cierto que uno va siendo testigo, presentación a presentación, de un fenómeno que crece, pero ese último salto se siente bastante grande.
A la larga, El Potro, lo mejor del amor se termina pareciendo mucho a casi cualquier biopic sobre un músico que además de empezar de abajo y lograr alcanzar la cima tiene que luchar constantemente con sus demonios. Y, al contrario que en Gilda, no me arrepiento de este amor, se quieren abarcar demasiadas aristas. Así se “lo ve” consumiendo drogas, teniendo sexo de manera desenfrenada pero también siendo protagonista de situaciones violentas que no siempre terminan de explotar -como una referida al personaje de Marixa que interpreta Jimena Barón-.
En El Potro, lo mejor del amor suceden cosas todo el tiempo en esas dos horas de duración y mientras algunas quedan casi en el tintero, en otras se bucea tanto que por momentos se despega demasiado del personaje principal -como sucede con la Patricia de Malena Sánchez, quien de todos modos está muy bien en su papel-.
Los mejores momentos se desarrollan con las relaciones paternales. Primero con el personaje de Daniel Aráoz, que interpreta a su padre y es quien lo ayuda a empezar, y más adelante con el de “El Oso”, el representante que lleva adelante Fernán Mirás, tal vez la interpretación más destacada del film, con un último plano suyo simple y conmovedor.
A nivel musical el hasta ahora desconocido Rodrigo Romero parece divertirse tanto como lo hacía Bueno en el escenario y si bien, a veces, parece una imitación algo forzada, en general ofrece números musicales convincentes y alguno un poco más emocionante. También hay un buen uso del repertorio, resaltando la performance de “Lo mejor del amor”, la de “Qué ironía” en un momento de descontrol y el montaje con “Fuego y pasión” que, aunque la letra subraya bastante lo que vemos, no deja de tener mérito. Es obvio que alguien que se la pasaba cantando sobre estar con mujeres casadas o engañar a su mujer no iba a tener una vida amorosa calma.
Hay más paralelismos entre El Potro y Gilda que los evidentes. El plano final de El Potro… se parece mucho al comienzo de Gilda… En la primera muchas manos intentan acercarse a tocar a Rodrigo que se arrojó al público del Luna Park; en la segunda las manos intentan tocar el ataúd de Gilda. También la imagen de la cantante aparece físicamente en un momento crucial de El Potro…, Muñoz es consciente de la conexión que hay entre sus películas y no pretende escaparse de ellas. Pero no se repite, porque a la larga son muy distintas (como sus personajes).