Un viaje cerebral
Con el lanzamiento en 1957 del Sputnik 1 se dio comienzo al ciclo interminable de chatarra espacial y gastos desorbitantes superfluos en nombre de la rivalidad entre Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, apenas una parte de la carrera geopolítica, armamentista y tecnológica durante la Guerra Fría. Si bien los rusos le ganaron de manera monumental a los yanquis en prácticamente todas las vertientes del rubro, gracias a la enorme industria cultural norteamericana sólo se suele recordar a nivel popular el alunizaje de 1969 de la misión Apolo 11: de hecho, el Sputnik 1 soviético fue el primer satélite artificial en alcanzar órbita, el primer animal en el espacio fue la perra Laika a bordo del Sputnik 2, asimismo el primer cosmonauta de la historia de la humanidad fue el ruso Yuri Gagarin cuando entró en órbita en la nave Vostok 1 el 12 de abril de 1961, la primera sonda en llegar a la Luna fue la Mechta y finalmente la Unión Soviética también fue la primera en enviar sondas planetarias, específicamente a Venus y Marte vía la Venera 1 y la Marsnik 1.
Llama la atención que Hollywood haya tardado tantas décadas en armar una biopic en torno a la figura de Neil Armstrong, el comandante del Apolo 11 y primer hombre en pisar la Luna el 21 de julio de 1969, y más llamativo es que le haya encargado la tarea a Damien Chazelle, quien viene de entregar la muy interesante Whiplash (2014) y la mediocre La La Land (2016), un realizador que en esta oportunidad evita casi en un cien por ciento el enfoque pomposo y chauvinista barato de productos como Los Elegidos de la Gloria (The Right Stuff, 1983) o Apolo 13 (Apollo 13, 1995). Chazelle construye una de las películas estadounidenses más frías y realistas en mucho tiempo, lo que por cierto constituye un soplo de aire fresco en medio de la catarata de mamotretos lobotomizados de la cartelera actual que buscan con desesperación empatizar con el espectador promedio de nuestros días, ese que a pesar de tener toda la información a su disposición casi nunca tiene idea de nada y se transforma en triste arcilla para los autómatas de marketing de las corporaciones.
En conjunto la perspectiva del guión de Josh Singer es simple y combina fuertes dosis de vida íntima/ privada por parte de un Armstrong símil témpano de hielo compuesto por Ryan Gosling y los pormenores de las dos misiones más importantes en las que participó el cosmonauta, la Gemini 8 y la susodicha Apolo 11: con un extraordinario desempeño actoral de Gosling y de Claire Foy, vista hace poco en Unsane (2018), como la neurótica Janet, esposa de Neil, El Primer Hombre en la Luna (First Man, 2018) ofrece un retrato humilde, antidemagógico y despojado de artificios huecos de un viaje y tripulaciones cerebrales que desde la NASA pusieron un peldaño más en uno de los grandes sueños de la humanidad, aquel de recorrer las estrellas; lo que por supuesto indefectiblemente trae a colación la banalidad de todo el asunto porque los presupuestos inflados dedicados a los programas espaciales podrían haberse utilizado para resolver la enorme pobreza de ambas naciones y de todas las que a posteriori -y desde entonces- también lanzaron sondas y naves al cosmos.
Desde ya que no todo es color de rosa en lo que respecta al film porque Chazelle abusa de las “cámaras movedizas” y los primeros planos y se pasa con una duración más que excesiva de 141 minutos, con escenas completas que bien podrían haber quedado en la sala de edición. Por otro lado, es de destacar el doble hecho de que el director nos ahorre la fanfarria lamentable e hipotética de los estadounidenses clavando la bandera en la Luna, como si fuera de su propiedad, y que opte por enfatizar que la familia se ubica muy en segundo plano para hombres de la envergadura de Armstrong, cuyo compromiso con su trabajo está por encima de cualquier vínculo afectivo (detalle que queda explícito de modo tácito a lo largo de toda la propuesta y en muchas secuencias de “agite emocional” semi silencioso). La vida hogareña, los conflictos profesionales de diversa índole, las tragedias de la muerte de una hija por un tumor y de compañeros de la NASA, y los entretelones más desnudos del programa espacial yanqui forman el eje de una película correcta y loable cuyo punto fuerte a nivel visual es el instante del alunizaje propiamente dicho, ejemplo de cómo edificar desde un minimalismo cargado de sinceridad una secuencia sumamente atractiva…