Super Mario Bros, Mortal Kombat, Resident Evil, Tomb Raider. Son sólo algunos de los videojuegos que fueron adaptados al cine. Los resultados mordieron el polvo, aunque algunos zafan debido a su sentido del entretenimiento y el carisma de los protagonistas (Resident Evil, Tomb Raider). En El Príncipe..., adaptación del mítico juego de PC, sucede algo similar.
Jake Gyllenhaal es muy convincente como héroe de acción. Más que, por ejemplo, Orlando Bloom, quien suele aparecer en esta clase de superproducciones épicas. Y hasta es más humano y más creíble que Sam Worthington (al menos, S. W. en su etapa Hollywoodense). Más allá de la destreza física, sigue siendo un personaje como todos los que suele interpretar este actor: marginales, un poco perdedores, siempre en busca de su lugar en el mundo. Lástima que el guión le quede chico: está más cerca de un film de aventuras convencional que de Piratas del Caribe: La Maldición del Perla Negra y sus secuelas. Porque además de Johnny Depp, esas películas estaban muy bien escritas y ejecutadas con imaginación y sanas dosis de delirio.
Dentro de los lugares comunes y las piruetas, en el guión aparece una subtrama de con algo de tragedia Shakesperana, que incluye traiciones y muertes entre miembros de una familia Real. Se nota que Ben Kingsley tiene experiencia en el Bardo, ya que su personaje es tan manipulador como Yagó de Otelo y tan ambicioso como Macbeth (ya saben de qué obra). Queda claro que, después de ganar el Oscar al Mejor Actor por hacer de Gandhi, todavía sigue compensando la cosa cada vez que encarna a un villano de la pantalla grande.
Gemma Arterton cumple con su rol de chica-de-la-película, aunque sigue mostrándose demasiado fría. Por su parte, Alfred Molina saca alguna que otra sonrisa gracias a su papel de “empresario” con más artimañas que un chanta argentino.
Más allá de gemas como Cuatro Bodas y un Funeral, el director Mike Newell está lejos de ser un autor. Pero sí entra en la categoría de todoterreno, con un interesante manejo de la aventura en Harry Potter y el Cáliz de Fuego, para luego despacharse con El Amor en los Tiempos de Cólera, en la que actores latinos debían hablar en inglés. Aquí vuelve a hacer una tarea correcta, aunque es posible pensar que Gore Verbinsky hubiera logrado un producto más descontracturado.
Jerry Bruckheimer es el rey de esta clase de film y seguro siga haciendo más. Esperemos que sus próximas superproducciones de aventura trasciendan el género como lo hicieran Jack Sparrow y compañía. Por ahora, a conformarse con El Príncipe de Persia.