Sobre la redundancia conceptual.
Resulta sumamente curioso el mecanismo mediante el cual las ironías del tiempo parecen reírse de los déficits de determinada era, balanceándolos décadas después pero a expensas de otro rubro. Mientras que hoy el séptimo arte cuenta con los recursos formales -vía CGI- para dar nueva vida a los clásicos “difíciles” de la literatura, algo inconcebible en el pasado, lo que viene faltando es precisamente el talento de antaño. Si bien El Principito (The Little Prince, 2015) tenía todo para convertirse en la adaptación definitiva de la obra maestra de Antoine de Saint-Exupéry, una vez más estamos ante otro intento fallido que parece más un homenaje muy leve al autor que una verdadera traslación de su trabajo a la pantalla grande.
Lamentablemente, a pesar de los años transcurridos desde su primera publicación en 1943, El Principito continúa siendo un muro inquebrantable que impide las exégesis desde otros lenguajes, y esto se debe a los mismos inconvenientes de siempre: la naturaleza abstracta del relato (las alegorías varían según la mirada de turno y las lecturas a veces son antagónicas), las ilustraciones del propio Saint-Exupéry (las cuales establecen un marco visual específico, podríamos decir casi “oficial”) y la visión extremadamente crítica que subyace en el libro (no sólo para con los adultos en general, sino también en lo que atañe a la razón instrumental, el egoísmo y la pobreza de espíritu de la mayoría de los mortales).
Así las cosas, el film animado de Mark Osborne, conocido por codirigir Kung Fu Panda (2008) junto a John Stevenson, se empantana en cada uno de los obstáculos históricos del opus y para colmo arrastra un tufillo muy común en nuestros días, el de la sobreexplicación a través de subtramas bobaliconas que pretenden pasar por “complementarias”, cayendo a fin de cuentas en el terreno de la tergiversación y/ o la redundancia conceptual: en la novela ya existía un intermediario que nos presentaba al pequeño protagonista y su asteroide, léase el narrador/ aviador, no obstante aquí decidieron contentar al público femenino con otro más, una nena insípida cuya mami es una fanática del control que ya planificó toda su vida.
Esta búsqueda desesperada del aggiornamiento fácil, que incluye además referencias orwellianas y una innecesaria secuencia final de aventuras, se siente fuera de lugar y hasta deja de lado pasajes fundamentales del libro en torno a la amistad y el cariño recíproco. Se percibe claramente el interés francés orientado a transformar a uno de los íconos de la cultura autóctona en un producto apto para el consumo global, sin embargo la escasez de ideas es sinónimo de mediocridad. En suma, el realizador posee buenas intenciones pero fracasa como tantos otros antes y desperdicia las voces de Jeff Bridges, Benicio Del Toro, Marion Cotillard, Paul Giamatti, Rachel McAdams, Albert Brooks y un largo etcétera…